viernes, 21 de enero de 2011

MIS NIÑAS MUERTAS DE CRISTINA FALLARÁS, PREMIO L’H CONFIDENCIAL 2011




El Premio se entregará el 26 de marzo en un acto público en la Bòbila


Con Mis niñas muertas, protagonizada por Victoria González, una detective embarazada de 26 semanas con despacho en el Raval barcelonés, la periodista y escritora Cristina Fallarás ha ganado el Premio Internacional de Novela Negra L'H Confidencial 2011. El Premio, promovido por la Biblioteca la Bòbila y convocado por el Ayuntamiento de L'Hospitalet y Roca Editorial, celebra este año su quinta edición.

La novela narra la investigación de la desaparición de dos hermanas de 3 y 5 años, que se convierte en un recorrido por los bajos fondos de la Barcelona más canalla, donde la pedofilia, el tráfico de drogas y la pornografía infantil son moneda corriente. La autora ahonda además en el tema de la maternidad, el abandono infantil y el consumo de estupefacientes en la actualidad.

El jurado está presidido por el teniente de alcalde del Área de Educación y Cultura del Ayuntamiento de L'Hospitalet, Mario Sanz, y formado por la editora Blanca Rosa Roca; la jefa de Bibliotecas de L'Hospitalet, Anna Riera; el director de la Biblioteca la Bòbila, Jordi Canal, y dos lectores apasionados por la novela negra, Ricardo Tormo, del Club de Lectura de Novela Negra, y Paco Camarasa, propietario de la librería Negra y Criminal y comisario de BCNegra.

El jurado destaca el retrato de los bajos fondos barceloneses donde se desarrolla la acción, así como del lenguaje crudo y realista que la autora utiliza para narrar una escalofriante historia en la que se ven involucrados la detective González y su ayudante Jesús, con el contrapunto de la evolución del embarazo de ella.

El premio se entregará en un acto público el próximo 26 de marzo, en la Biblioteca la Bòbila, donde se presentará la obra publicada, con la presencia de la autora.

Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), estudió Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona, ha ejercido como periodista en la Cadena Ser, El Mundo, El Periódico de Catalunya, Ràdio 4, Com Ràdio, ADN y Factual. Ha colaborado en programas televisivos de las cadenas Cuatro y Antena 3, y actualmente dirige la revista digital Sigueleyendo y trabaja de asesora en temas de comunicación en línea para el sector editorial y los medios de comunicación. Dentro del género negro, Cristina Fallarás ha publicado No acaba la noche (Planeta, 2006) y Así murió el poeta Guadalupe (Alianza, 2009, finalista del Dashiel Hammett, 2010), y ha participado en la antología de relatos Barcelona Noir, para la editorial neoyorquina Akashic Books, que aparecerá el próximo mes de mayo.

En anteriores ediciones, los galardonados con el Premio L'H Confidencial han sido el vasco Ertlanz Gamboa con Caminos cruzados, el cántabro Julián Ibáñez con El baile ha terminado; el argentino Raúl Argemí con Retrato de familia con muerta y el mexicano Joaquín Guerrero-Casasola con Ley garrote.

El Experimento Azul, nº 2


Día 2:
Hace unos días, cuando Fernando Marías nos citó en su casa con aires de cardenal florentino en plena conspiración, para entregarnos las Nintendo DS XL y nuestros respectivos ejemplares del juego Gosth Trick, David Torres me dijo:
-Ten cuidado, tío, que tú eres un loco de los gadgets y a ver si acabas enganchado…
Y Vanessa Montfort agregó, pelirrojamente:
-Dalo por perdido, David: el Salem es capaz de enviciarse hasta con el cambio de luces de los semáforos peatonales.
Maldije el día en que le conté mi debilidad hacia esos adictivos instrumentos del mobiliario urbano y las tardes perdidas esperando que el hombrecillo rojo o verde se pusiera amarillo. Hay cosas que nunca debes contarle a una pelirroja.
Fernando Marías no dijo nada, porque seguramente estaría ideando un nuevo experimento ciber literario, como encerrar a una docena de novelistas vapuleados con un crítico malicioso en un ascensor y retransmitír a todo el mundo por Internet lo que ocurra. Pensándolo bien, no sería mala idea: el programa podría llamarse: “Que yo no he sido, has sido tú”, y como subtítulo: “Sólo puede quedar uno”.
En fin, que ante la burla de mis compañeros de experimento brotó mi lado más salvaje y los insulté con dureza, sin cortarme un pelo. Los insulté en armenio. Y telepáticamente, por las dudas. Porque sospecho que Torres habla el armenio y no podría asegurar que Vanessa no ejerza de telépata en sus ratos libres.
Pero lo llevan claro si creen que me engancharé con Gosth Trick. Ja.
Una de mis compañeras de piso golpea a la puerta del baño y me dice que llevo tres horas y media dentro, que deje de jugar con la consolita de las narices y salga de una vez, o se lo hará en el pasillo y me tocará limpiar a mí. De nada ha servido entrar con el Marca envolviendo la Nintendo con aire de llevar dentro una revista porno: me han pillado.

Día 3

El juego tiene su gracia: el detective muerto tiene que averiguar quién lo mató, pero ha perdido la memoria, por lo que antes tiene que saber quién era y qué buscaba cuanto estaba vivo. Como casi todos nosotros. Y para dificultar un poco más las cosas, tiene que estar constantemente salvando la vida de una pelirroja con coleta, que resulta ser una policía encubierta. Se la cargan. Siempre se la cargan, porque va provocando. Pero el detective puede retroceder en el tiempo cuatro minutos, los mismos con que cuenta para intentar salvarla. Si pudiera retroceder cuatro minutos en el tiempo, corregiría muchas cosas de mi vida. Como cuando la dije a Fernando que contara conmigo para el Experimento Azul. (Entre nosotros, estaba convencido de que la cosa consistía en probar alguna nueva especie de viagra de efecto permanente, pero no).

Día 4:
Mis compañeras de piso llaman a mi puerta y dicen que han cocinado un guiso de madre y que si quiero comer. Digo que ya voy, para ganar tiempo. Pero no me engañarán. Vivo en un piso compartido, en Lavapiés. Hay gente en el mundillo literario que cree que poso de escritor maldito, pero maldita la gracia que me hace, a mí, que nací para tener una piscina climatizada en el dormitorio y un jacuzzi en la biblioteca. Mi vida me recuerda a un letrero que mi viejo colgó cuando yo era niño en la puerta de su tienda:
Esta es una empresa sin fines de lucro
(no era nuestra intención inicial, pero…)

¿Por qué no gano lo mismo que Ruiz Zafón si ambos somos calvos y yo más alto y guapo? Misterios de la vida. Un día de estos me entrevistaré con Ruiz Zafón, a ver si salgo de dudas. Mejor no. A ver si resulta que es más alto que yo.
Mis compañeras llaman otra vez y por debajo de la puerta se cuela un aroma de cocido que despeina el suave vello animal del que debería estar recubierta mi alma, en el caso de que la tuviera. Digo que ya va y trato de salvar a la pelirroja, a punto de ser asesinada por novena vez. Casi lo consigo. Casi. Paciencia, sólo llevo catorce horas jugando sin parar, y Roma no se hizo en un día. Seguro que la compraron hecha. En cuanto llegue a las veinte horas lo dejo por hoy. Porque una cosa está clara: no voy a enviciarme. Les pido a mis compañeras que trituren mi ración de cocido y me la alcancen en un jarro, con una pajita. Dicen que estoy loco y que me quitarán la Nintendo. Cedo y salgo. ¿Has intentado comer cocido con una mano mientras salvas a una pelirroja a punto de morir aplastada por una para de pollo gigante? No lo intentes. O inténtalo si vives solo. Me encanta el cocido madrileño, pero cuando tus compañeras de piso te hacen tragar tu propio pañuelo negro por haber dejado perdido el salón, no tiene el mismo gusto.

Día 4:
Espío el blog de David Torres. Dice que ha superado el nivel 15 de Ghost Trick. Menos mal que llevo toda la noche encerrado en el baño jugando y sentado en el vater, porque me meo de risa.

Día 5:
¿Y si es cierto que David ha superado el nivel 15? No lo creo: es un tipo serio y no dedicará al juego más que una hora al día, mientras estudia ruso o checheno, o ve al mismo tiempo cinco películas de cine negro para luego poder vacilarnos. ¿Y Vanessa? Habla de regresiones y demás, pero no me lo trago: con toda la promoción del Premio Ateneo de Sevilla, no le quedará tiempo para jugar de verdad. Es lo bueno que tiene que todos los premios que me dan vayan acompañados de un diploma y una palmada en la espalda pero no lleven ni un duro de dotación: que me sobra tiempo para jugar. Y he salvado a la pelirroja de la pata de pollo gigante. ¡Toma ya! Se lo cuento al psicólogo que han contratado mis compañeras de piso para convencerme de dejar el juego. Él asiente y lo celebra. Creo. Porque con la mordaza que le he puesto en la boca y atado de pies y manos para que no intente quitarme la Nintendo, el discípulo de Freud no puede decir ni siquiera ahá o hummm.

Día 6:
Me llama por teléfono el chico de Vanessa. Dice que si le hago un sitio en el sofá de casa, porque ella, atrapada por el juego, lleva días sin hablarle. Le digo que exagera, que los del Ghost Trick no es para tanto.
-De verdad, Carlos: en la última semana sólo he conseguido que me diga ahá y hummm…
Le digo que pruebe con amordazarla y dice que no se atreve. Yo tampoco me atrevería. Insiste con lo del sofá y le cuento que no hay lugar: desde hace seis semanas están de visita diecinueve amigas de una compañera de piso griega que lleva seis meses sin vivir aquí. Cosas que pasan en Lavapiés. Pero que con lo mal que lo están pasando los griegos con el asunto de la crisis, no tenemos ánimo para echarlas. Cuelga sollozando y yo sonrío. Igual lo de pedir asilo era una treta de Vanessa para mandarlo a espiar mis progresos. Lo consulto con el psicólogo amarrado y me da la razón con el lenguaje que hemos inventado: un parpadeo quieren decir “sí” y cuarenta y ocho significan “no“. Intentaré aplicar ese método, mordaza incluida, la próxima vez que negocie con un editor.

Día 7:
Ha llamado la novia de David. Dice que él no hace más que jugar con la Nintendo y hablar en armenio todo el tiempo. Le recomiendo que en un descuido le robe el cargador de la consola, así cuando se agoten las baterías tendrá que dejar de jugar.
-Ya lo hice, Carlos, pero el tío había tenido la precaución de comprar media docena de cargadores -dice ella -. Y por si fuera poco, se ha inventado un dispositivo conectado a una placa solar en el techo, por si yo cortaba la electricidad de la casa…
Le digo que tenga paciencia, que en la tele han anunciado nubosidad variable y cuelgo. Tipo listo, Torres. Lo de la placa solar no se me había ocurrido. Igual es cierto que ha superado el nivel 15. Maldita sea. Tengo que esmerarme. El detective fantasma es listo pero sin mi ayuda la chica de la coleta morirá otra vez, ahora por culpa de un mecanismo automático y extravagante que acaba con una vieja pistola disparando contra ella. Por cierto: he notado que todos los personajes masculinos del juego se quieren beneficiar a la chica. Como la vida misma. Desoigo las amenazas de mis compañeras y me concentro. La salvo. ¡La he salvado! Oigo trompetas triunfales pero creo que en realidad son sirenas. Por la ventana veo que una ambulancia se detiene ante nuestro portal. Bajan unos tipos fornidos, vestidos de blanco y llevan en las manos una curiosa chaqueta del mismo color, de las que se abrochan por la espalda. Abro la Otra ventana y trepo por la cañería, con la Nintendo en el bolsillo izquierdo de mi abrigo. No pienso dejarme atrapar: como todo el mundo sabe, el color blanco engorda una barbaridad. Llego al tejado y mientras huyo localizo varios puntos donde instalar placas solares cuando se vayan. No esperarán mucho: la ambulancia era de la Seguridad Social y con un poco de suerte se llevarán al psicólogo creyendo que soy yo. Con los pies encajados en las tejas del techo, sigo jugando. Lo importante, me digo, es que no me he enganchado con el juego. Cede una teja. Y otra. En cuanto salve a la pelirroja buscaré un lugar más seguro para esconderme, no sea cosa que acabe por ceder la útima teja y me cai…

viernes, 14 de enero de 2011

El Experimento Azul: día 1




Mamá siempre me decía que debía aprender a decir que no. Aquello tan maternal de “¿si tus amigos se tiran al río, también te vas a tirar?“ Y yo respondía que si era verano, o si alguien se estaba ahogando, o tenía mucho calor, igual sí me tiraba al río. Ella se daba por vencido y me miraba de esa manera.
El caso es que no aprendí a decir que no. Y menos a gente como Fernando Marías. Buen escritor. Buen tipo. Y con una mirada que no deja dudas: ha visionado incontables veces la saga de El Padrino. Ustedes me entienden. Respeto. No lo dice. No lo pide. Pero se lo das. Remember Luca Brasi.
El caso es que dije sí y durante días anduve zombi por Madrid preguntándome sobre el sentido de la vida, la existencia del alma humana y, sobre todo, qué diablos hacía yo metido en algo relacionado con un videojuego y una consola portátil.
Vamos, que no soy un neardental, llevo veinte años usando ordenadores y hasta tengo Facebook (me faltan amigos para igualar el millonario récord de Roberto Carlos, pero ya son dos mil y pico). Entre nosotros, soy un loco de los aparatitos. Existe un nombre inglés o japonés para eso, pero prefiero no saberlo. Es decir que la tecnología me es familiar. Pero nunca tuve una consola, ni portátil, ni doméstica o como se denominen. Ciertos escarceos, hace años, con juegos de PC, acaso porque en las redacciones de los diarios echas más horas que una veleta en Tarifa. Y poco más.
Y ahora Fernando me ha metido en El Experimento Azul, que recuerda a El Martillo Azul de Ross Macdonald, y mac fue siempre para mí el hijo putativo más aventajado del imposible matrimonio entre Raymond Chandler y Dasshiell Hammett.
Además, están los otros.
No estaré sólo ante el peligro. Aunque el peligro igual son mis ¿compañeros?, ¿competidores?, ¿adversarios?. Vaya uno a saber. Y siempre lo sabes tarde.
Vanessa Montfort tiene pinta de tener en su casa media docena de consolas y cocinar al dictado del juego ése de cocina que hace un par de años estuve por comprarme pero desistí porque uno tiene una imagen que defender. Es asquerosamente joven, desalmadamente guapa y como toda pelirroja de casta, implacablemente lista.
David Torres no es tan joven. Tampoco es guapo. Para nada. Pero detrás de esa mirada capaz de acojonar a Joe Pesci-Nicky santoro en Casino, se esconde una computadora que baraja como naipes marcados miles de películas y novelas del género negro. Cada vez que hablo con él corro a casa para exprimir Wikipedia a ver si lo pillo en un fallo. En vano.
Con esa gente me tengo que enfrentar. Y con un juego de investigación llamado Ghost Trick. He aceptado el caso porque tengo el sí fácil. Y deberé dedicarle muchas horas (probablemente para aprender cómo se enciende la Nintendo DS, cuando me llegue). Mamá tenía razón. Otra vez me he tirado al río. Y sin saber nadar.

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Hace dos días llegó el mensajero con el paquete. Yo sabía que contenía la consola portátil porque una escueta llamada telefónica de Fernando Marías me lo había advertido. El mensajero me miraba con sorna pero vi que el paquete no tenía ningún logo y salvé mi imagen asegurando que era un juguete erótico que había encargado por correo. No coló. El chaval me dijo que él también tenía una Nintendo DS y que el modelo nuevo permitía conectarse a internet. Se fue silbando un Fantasma en la máquina de Police. Y me consolé pensando que cuando Police era Police, ese chaval no había nacido. No sé porqué, ese pensamiento, en lugar de confortarme, me deprimió un poquito.

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Hoy es el día. Ya sé como se enciende la consola y hasta he comprobado, mediante un juego de entrenamiento cerebral, que mi edad mental es de 99 años. Para tapar la boca a mi madre, que siempre dice que mi edad mental es de cuatro años y medio. Toma ya. Si quiero me tiro al Manzanares. Mejor no.
Inicio el Ghost Trick convencido de que, para un escritor-lector como yo, que a los trece cambió los tebeos por Cosecha roja y a los trece ya sentía nostalgia de El largo adiós, esto estará chupado.
Hay un detective rubio y muerto, con pelo en cresta. Y una pelirroja con el pelo en cola de caballo, a la que matan y tengo que salvar. Yo soy el rubio de pelo en cresta, pero si estoy muerto, ¿cómo voy a salvarla? Aprendo rápido y me pregunto quién me mató y por qué. Tendré que dedicar a esto varias horas, en casa y con los postigos cerrados, para que no me vea ningún vecino. De llevarme la consola por ahí, ni soñarlo. No imagino a Bukowski dándole a la pantalla táctil con el lápiz, ni a Marlowe intentado salvar, mediante la combinación de objetos presentes en el escenario, a esta pelirroja cabeza loca que no hace más que meterse en líos. Paso el primer capítulo y doy la vuelta olímpica por casa.
¿Cómo les irá a los otros? Me conecto por wifi desde la consola y ni David ni Vanessa han colgado nada en sus blogs. Seguro que los malditos ya van por el nivel 4, por lo menos.
Suena el móvil. Es Torres. Me pregunta qué tal estoy y le digo que de maravillas. Espera que le hable del juego pero me hago el tonto hasta que pregunta.
Psé, es fácil, le digo, ya voy por el nivel 9 y tiene su gracia.
Contiene la respiración y pregunta:
¿Nivel 9?
, le digo. Seguro que tú también andas por ahí.
Más o menos, responde. Inventa una excusa y corta, imagino que para lanzarse al juego y avanzar. Sonrío hasta que me doy cuenta de que tengo que pasar el nivel 2 y no será nada fácil. Seguro que Vannessa sí va por el nivel 9. Hora de hacer la compra para que mi nevera no fallezca de inanición. Me pongo el abrigo largo de cuero y oculto la consola en el bolsillo en el que iría el arma, si llevara una.
A esta hora las colas en el súper son eternas y si escondo la Nintendo con los faldones del abrigo mientras espero que me cobren, seguro que logro avanzar otra pantalla y que mis compañeros de cola piensen que estoy viendo una porno.
Tengo que imagen que defender.

lunes, 10 de enero de 2011

El Experimento Azul



Fernando Marías fue uno de los primeros novelistas consagrados que conocí en mi experiencia inaugural en la Semana Negra de Gijón. También, si duda, uno de los más generosos a la hora de aconsejar desde la experiencia y ayudarte con contactos.
Vamos, que no se le puede decir que no a nada.

Si no me creen, miren bien la foto.

El caso es que hace unos días me invitó a participar en lo que denomina EL EXPERIMENTO AZUL.
Como Fernando no es dado al consumo de sustancias alucinantes, descarté mi primera hipótesis de que se trataba de uno de esos míticos hapening literarios en los que corre el alcohol y otras cosas, repletos de bellas lectoras disputándose un trocito de novelista (después de nueve libros publicados comienzo a sospechar que tales reuniones no existen, pero por si acaso, siempre digo que sí a todo...; pero no podía negarme.

Vuelvan a mirar la foto, por favor.
¿A que ahora me comprenden?
Me dijo que no estaría solo en la aventura, que me acompañarían otros dos novelistas. "Gente de fiar", dijo Marías.
Y yo le creí.
Ayer me enteré de que uno de ellos es DAVID TORRES, autor, entre otros libros excelentes, de Niños de Tiza, y El gran silencio, que supone para mí una especie de fetiche.
Un tipo peligroso. Sé por qué lo digo.
Creo que en breve conoceré la identidad del tercer miembro de la banda.
Fernando Marías ha dado a entender que será una mujer.
Tengo mis sospechas.
TEMO LO PEOR.

Si algo me ocurre, no gasten tiempo en buscarme.
Son profesionales.
De los mejores.
O de los peores. Según se mire.
Y se mire como se mire, esto da miedo.
Un miedo Azul.

Martes de poesía y miércoles de minificción en Diablos azules


En la revista NARRATIVAS

http://escaletra.blogspot.com/2011/01/oh-salem.html

Queremos tanto a Salem
Yo lloré con Terminator 2
(relatos de cerveza-ficción)

Por Pablo Lorente
Revista Narrativas


Tras la publicación en la misma editorial de otro interesante libro de relatos que anuncia en parte el que nos ocupa: Yo también puedo escribir una jodida historia de amor, debemos a Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) la ingeniosa creación de un nuevo género literario para los estudios literarios: la "cerveza-ficción". La invención de deja de ser útil, sobre todo en nuestro país, donde la proliferación de bares no es nada desdeñable.

"Sabía que Carlos Salem, el escritor argespañol más prolífico que existe, le daba a casi todos los palos, de la poesía a la novela policiaca y el relato urbano. En 2007 ganó el premio de la Semana Negra de Gijón a la mejor novela con Camino de ida, son legendarios los recitales poéticos que organizaba en Bukowski Club, e incluso ha inventado un nuevo género literario, los relatos de cerveza-ficción. Por eso resulta más sorprendente su última pirueta: acaba de ganar un premio de novela romántica, nada menos que el Seseña, con Cracovia sin ti, aunque, eso sí, me aseguran que es suficientemente canalla, que se bebe muy bien y no deja resaca." (Juan Palomo, "Bodas con arte", suplemento El Cultural, 21-05-2010).

En el caso que nos ocupa, catorce relatos conforman un universo de los bajos fondos (grandes bebedores de cerveza, putas, ladrones, criminales). El autor, que parece no dejar un solo cabo suelto, nos avisa de sus intenciones en un prólogo donde figuran los "Apuntes para una teoría de la cerveza-ficción". Son los siguientes: No hay principios. Ni siquiera finales; No es necesario ingerir bebidas espirituosas para escribirla. Pero ayuda cantidad; Aunque no todo acabe en un bar, debe comenzar en un bar o referirse a un bar aunque sea en el recuerdo; Todo está inventado, pero nadie ha leído todos los libros; La literatura es una exageración; El género no importa; La posteridad no existe.

El género, más bien el estilo, como afirma el autor en uno de estos principios, no es del todo orifinal y se adscribe a los que se ha dado en llamar "realismo sucio". "Cualquier lector o aspirante a escritor que pretenda enrolarse en las filas de la cerveza-ficción, se encontrará de inmediato con algún espabilado que le señalará con suficiencia que el género que aquí presentamos no es para nada novedoso. Al listillo en cuestión le sobrarán ejemplos, comenzando tal vez por Bukowski y Miller, saltando por Lowry o ciertos cuentos de Carver, para seguir con Chandler o Kerouac" (yo añadiría, sin pretensión de parecer "listillo", la poesía de David Gonzálex o la obra de Roger Wolfe, sobre todo la novela El índice de Dios).


A través de los principios que el autor nos presenta, podemos recorrer algunas de las claves de este libro. Sin exageraciones, como el autor afirma, y con un desenfado muy de agradecer, ya que no busca la posteridad, nos presenta un libro de relatos unitario y muy efectivo. Por un lado, la mayoría de los personajes (Poe, Lola, Harly, el Loco) aparecen en varios de los cuentos, con lo que el lector se familiariza con sus experiencias, algunas de ellas fantásticas como el encuentro sexual con un ángel (siempre cabe la duda pues la presencia del alcohol y las drogas en constante) en "Acabo de escapar del cielo". Por otro lado, la aparición permanente del bar de Lola aporta una gran firmeza narrativa, ya que las historias son del todo independientes. El bar como lugar de encuentro o de llegada, pero siempre presente y además, ese curioso personaje femenino que no tiene ningún protagonismo en el libro, algo mucho más inquietante puesto que se nombra en multitud de ocasiones.



Otro de los nexos de unión es la aparición de los "majaras" y más concretamente una frase que se repite en casi todos los cuentos: "Estoy harto de majaras". La repetición es tal que al final de la lectura, cabe preguntarse si nosotros, que en teoría estamos cuerdos, no seremos finalmente unos locos por mero contraste con los despropósitos, algunos de ellos bastante divertidos, por cierto, que ocurren en la obra.

Es llamativo el relato que da nombre a la obra y que parece una declaración de intenciones que se repetirá en otras ocasiones en la obra, dos personajes intentando ingresar en un banco el dinero de un atraco, comentando cómo se enternecen con una película tan "emotiva" como Terminator 2. Unos personajes majaras, quijotescos, pues en ocasiones se empeñan en "deshacer entueros", como es el relato citado o "Cada verano la llevo a ver el mar", donde uno de nuestros cuerdos personajes venga a una pobre mujer víctima de los malos tratos. En este mundo al revés, no falta la ironía, tampoco las tramas detectivescas, pues Poe ocupa sus ratos entre cerveza y cerveza haciendo ingeniosas averiguaciones para la policía, como es el caso de "El albañil cósmico" o "Una bola de cristal de las buenas".

La acertada construcción de estos relatos, la valentía a la hora de definirlos y presentarlos y la efectividad de los ambientes creados a lo largo de una obra muy unitaria, hacen de este libro una interesante lectura y un hito importante en la trayectoria de Salem, trayectoria, por otra parte, que parece estar consolidada. La creatividad de los argumentos, la variedad de estilos, la habilidad a la hora de plantear situaciones extremas y desconcertantes y hacerlas pasar por normales, hacen que ello no sea extraño.

librorelatospablolorente.blogspot.com