miércoles, 22 de diciembre de 2010
el huevo izquierdo del talento: La nueva novela de José Manuel Fajardo gana el Pre...
el huevo izquierdo del talento: La nueva novela de José Manuel Fajardo gana el Pre...: "El Centro Alberto Benveniste integrado en la École Pratique des Hautes Etudes (Universidad de La Sorbonne de París) tiene como misión inc..."
lunes, 20 de diciembre de 2010
Un regalito de Navidad
El siguiente relato fue publicado hace unos meses en l
a revista OTROTIPO. Usé para inspirarme en los personajes de esta trama negra con ecos clásicos (y un poco de erotismo, que con este frío viene bien), a dos tipos que aprecio y admiro como escritores y como amigos: Pedro de Paz y Jerónimo Tristante. El policía se basa en Pedro, y El Lobo en Jero. Tarea difícil, ya que los dos dan más el timpo delincuentoide...
Las ilustraciones son del GRAN GRAN Daviz del Reino, alias El Arrugao.
—Cuando llegué, me llamó la atención ver el coche de Jerónimo. En el salón había vasos y bebidas, pero ellos no estaban, así que pensé que…
¿Quién mató al lobo feroz?
Avancé con el coche por el camino privado durante medio kilómetro y sólo entonces pude ver la mansión. Detrás, el parque natural que limita con la propiedad parecía pedir disculpas porque sus árboles no se veían tan pulcros como los de sus vecinos ricos. Las luces de todas las ventanas estaban encendidas y delante del porche conté tres coches. Ninguno oficial. Mejor, pensé. Me gusta llegar a la escena del crimen antes de que los de la Científica, envenenados con tanta serie de televisión, lo llenen todo de letreritos amarillos y sustancias pringosas. De algo tenía que servirme ser el único policía de Homicidios que sólo trabaja en el turno de noche.
Toqué el timbre aunque la puerta estaba entornada y abrió “La abuelita”. Tenía que serlo: la llamada la había hecho una muchacha denunciando que intentaron matarla a ella y a su abuelita. Y la mujer que me observaba no tenía pinta de nieta. Tampoco de abuelita. Aparentaba treinta y pocos años y sólo vestía una corta bata de seda negra que se untaba en su cuerpo. Le mostré la credencial y traté de mirarla sólo a los ojos. Casi lo consigo.
—¡Ha sido horrible! —dijo ella mientras me abrazaba— ¡Ha sido horrible!
—Quisiera ver el lugar en el que ocurrió, por favor.
La seguí por escaleras amplias y sin barandillas, mientras la bata negra bailaba delante de mis ojos. Para pensar en otra cosa, pregunté si el personal de servicio seguía en la casa.
—Es martes, tienen día libre —me dijo como si esa información figurase en el BOE y yo estuviera obligado a saberlo.
Seguimos por un ancho pasillo alfombrado hasta desembocar en dormitorio interminable. El suelo y techo eran blancos, revestidos de un material de apariencia suave. Los espejos que cubrían los muros extendían el espacio, y completaba el efecto la enorme cama blanca, en la que media docena de personas que se odiaran podrían dormir sin tocarse. Aunque no era eso lo primero en lo que uno pensaba al ver ese lecho.
Y en el centro de la cama, estropeando tanta blancura, el cuerpo de Jerónimo El Lobo Tristante, desnudo y definitivamente muerto.
Avancé hacia él. Tenía los ojos azules abiertos como si no acabara de creerse que la fiesta había terminado. No soy forense, ni lo quiero ser, pero hubiera apostado una caja de balas de plata a que la causa del deceso había que buscarla en el tajo limpio que le cercenaba el cuello
Detrás de mí, la Abuelita emitió un ruidito agudo. Giré y vi que caía hacia mis brazos, con los ojos cerrados. Di un paso al costado y la dejé completar la trayectoria, hasta quedar de bruces, medio cuerpo sobre la cama, la bata insuficiente y nada más debajo. Quedó inmóvil, con la respiración agitada. Me acerqué y tomé el pie de El Lobo, lo levanté y lo desplacé hasta que tocó el brazo de la Abuelita. Ella ronroneó, suponiendo que era mi piel lo que tocaba, pero de pronto comprendió, abrió los ojos y se le pasó el desmayo. Se sentó en el borde de la cama, lo más lejos posible del cadáver, y trató de cubrirse con la bata, que no estaba pensada para tal fin.
—Tengo toda la noche para jueguecitos, señora —le dije mientras encendía un cigarrillo, aunque no había ceniceros a la vista —.Pero usted no. En quince minutos, llegarán mis compañeros. Y ellos sólo verán que tiene un muerto en su cama. Creo que le conviene contarme qué ocurrió.
Presionó un botón invisible al costado de la cama y un panel se deslizó en silencio, dejando al descubierto un surtido de licores que hubiera provocado la envidia del barman de Los tres cerditos, el bar en el que El Lobo Tristante y yo solíamos cruzarnos como pasajeros de la noche. Comprendí lo que quería la Abuelita y deslicé la mano frente a las botellas, hasta que un gesto imperceptible de ella me indicó sus preferencias: ginebra Hendricks. Le serví un vaso generoso, con tres cubos de hielo y se lo alcancé. Sacudí la cabeza y me puse una buena ración de un bourbon importado. Al diablo con los tópicos sobre policías que no beben estando de servicio. Lo necesitaba: El Lobo estaba muerto sobre la cama y había sido mi amigo. O algo parecido.
La Abuelita bebió un largo trago y empezó a hablar:
—Ya lo explicó todo mi nieta cuando llamó a la policía: él entró con engaños, me violó e hizo lo mismo con ella. Luego intentó matarnos y…
Saqué el móvil y empecé a marcar un número:
—¿Qué hace?
—Llamo a los de la Científica para que traigan también a un informático Apostaría a que este tinglado erótico-tecnológico incluye por lo menos cuatro ocultas, y aunque hayan borrado la grabación, siempre se puede recuperar. ¿Lo sabía, señora? Vamos, que la violación habrá quedado registrada…
Tomo un trago e hizo un gesto con la mano. Guardé el móvil en el bolsillo.
—Tiene razón. inspector…
—Puede llamarme Pedro.
—No fue exactamente una violación. Llegó a eso de las siete preguntando por mi nieta. Ella había avisado que vendría a cenar un ex -profesor suyo.
—¿No le extrañó que su nieta tuviera un amigo cuarentón?
Encajaba. Entre otras cosas, El Lobo Tristante era profesor de instituto. Aunque en comisaría muchos compañeros llevaban años intentando cargarle toda clase de delitos, la única actividad “ilegal” que le conocía era aprovechar la ausencia de ciertos policías para tener líos con sus mujeres. No sabía que le fueran las jovencitas, pero era típico en él intentar una función doble intergeneracional con la nieta y la abuela. Y más con una Abuelita como esa.
Ella me contó que a poco de llegar el Lobo recibió un sms de su nieta advirtiendo que se retrasaría unas horas, y que en su papel de anfitriona le ofreció algo de beber y comenzaron a charlar.
—Era un hombre simpático —dijo—. No dejaba de bromear y contaba con gracia los chistes más groseros. Una cosa fue llevando a la otra y…
Típico del Lobo. Las chicas de Los tres cerditos solían regalarle favores porque las hacía reír. A mí me lo hacían gratis porque yo era policía y también porque siempre estaba triste. Eso decían ellas. A Práctico, el mayor de los trillizos dueños del local, no le hacía gracia nuestra amistad, pero a las chicas les encantaba vernos llegar y siempre bromeaban con lo de Pedro y El Lobo.
—Veo que la inmovilizó —comenté mirando las marcas en sus muñecas.
—En realidad —se ruborizó la Abuelita— , eso fue parte del… juego.
Distinguí, blancas ocultas en el blanco, las cuerdas de apariencia suave y firme que salían del cabecero y los extremos de la cama.
—¿En qué momento el juego dejó de serlo, señora?
—Faltaba mucho para que regresara mi nieta y él me dejó atada, “para que no te me escapes”, bromeó. Y preparó un par de daiquiris de frambuesa. Bebí un poco y me dormí. Supongo que me echó algo en la bebida… Desperté en quince minutos —señaló on la cabeza el reloj de números blancos que formaba parte del muro—, y escuché esos ruidos horribles: muebles volcados, disparos, rugidos y… los gritos desesperados de mi nieta. Luego me enteré de lo que había ocurrido y fue que…
—Sólo lo que vio en persona —la corté— ¿Puedo hablar con su nieta?
La Abuelita se puso de pie y la bata resbaló por su hombro izquierdo:
—¿Es necesario hacerla revivir todo ese horror, inspector? Yo le estaría muy, muy agradecida si…
Ejecutó un hábil movimiento con el hombro cubierto, que hizo deslizar la bata por su cuerpo y quedó desnuda. Giró exhibiendo el premio ofrecido a mi colaboración. Volví a preguntarme cuántos años tendría la Abuelita, porque sin ropa no parecían muchos más de treinta. Aproveché que seguía exhibiéndose para comprobar que no se apreciaban mordiscos en su piel. Levanté la bata del suelo alfombrado y se la alcancé.
—Tal vez en otra ocasión, señora. Trataré a su nieta con delicadeza.
Se resignó y me guió hasta la cocina. Por el camino desveló el misterio de su edad. No era la abuela carnal de la muchacha, sino la última mujer de su abuelo, un empresario valenciano fallecido cinco años antes. La chica vivía con ella desde la muerte en accidente de aviación de sus padres, agregó, y pensé que eran demasiadas muertes para una familia con tanto dinero. Puede que los ricos lloren, pero suelen vivir más que los pobres.
En la cocina, cuya superficie triplicaba la de mi piso, nos esperaban la nietecita y un tipo con pinta de leñador ecologista o viceversa. El leñador resultó llamarse Antonio Leñador y era guardia en el parque nacional vecino a la finca. El salvador de las dos mujeres indefensas se miraba las manos como si buscara en ellas manchas de sangre que sólo él podía ver. Es normal que eso ocurra, la primera vez que matas a alguien.
En cuanto a la nietecita, no retuve su nombre irlandés, porque luego podría leerlo en el atestado, y porque desde la primera mirada supe que ella, para mí, se llamaría Caperucita.
Las batas cortas de seda era un uniforme en esa casa, aunque la de Caperucita lucía color rojo brillante y no dejaba mucho a la imaginación. También era rojo su pelo cortado en melena y con raya al medio, hasta darle el aspecto de una capucha bermeja. Los ojos eran de un verde que debería estar prohibido y preferí pensar que era mayor de edad para no tener que denunciarme a mi mismo por los pensamientos que cruzaron mi cabeza.
Hice salir a Leñador y Caperucita me habló de su amistad con el ex-profesor Tristante. Llevaba tiempo planeando presentárselo a su “Abuelita”, porque estaba muy sola y creyó que congeniarían. A mediodía había quedado a comer en el centro con El Lobo, como hacían una vez al mes, y él propuso realizar las presentaciones esa noche:
—No me di cuenta de que lo tenía todo planeado…
—Sólo los hechos, por favor.
—Perdone. Le expliqué que era el día libre del servicio y él dijo que mejor aún, para que todo fuera más informal. Se ofreció a cocinar para nosotras, era un chef de primera. Entonces, cuando ya había avisado a mi Abuelita que teníamos un invitado, él recordó que tenía que realizar unas gestiones urgentes
y no le daría tiempo a comprar los ingredientes para la cena. Me convenció para que los comprara yo, y acepté aunque eso significaría retrasarme casi tres horas y dar un gran rodeo para volver a casa…
—Pero llegó mucho antes de lo esperado.
—Sí. No pensaba ir de mercado en mercado, como una maruja. Así que compré lo necesario para un aperitivo, hice que lo metieran en una cesta de pic nic, y el resto de los ingredientes los encargué por teléfono a una tienda de delicatessen, para que los trajeran hasta aquí.
Sollozó y sentí ganas de consolarla.
—Cuando llegué, me llamó la atención ver el coche de Jerónimo. En el salón había vasos y bebidas, pero ellos no estaban, así que pensé que…
Se sonrojó, pero siguió:
—Escuché ruidos en el estudio de Abu. Entré y lo vi, desnudo y fuera de si. Intentaba abrir la caja fuerte. Cuando me descubrió comenzó a zarandearme y me exigía que le diera la combinación. Le dije que no la conocía y me contó que había drogado a Abu para conseguirla, pero la serie de números que ella le dio no servía. Nunca lo había visto así, me amenazó con una pistola, me arrancó la ropa y me…, usted ya sabe lo que quiero decir.
Me dije que además de daiquiris de frambuesa, el profesor pelirrojo se habría preparado un buen cóctel de pastillas azules, porque según las chicas de Los tres cerditos, ya no estaba para proezas eróticas. Caperucita narraba en tono monocorde todo lo que el Lobo le había hecho y tosí para interrumpirla:
—Tengo que hacerle una pregunta delicada, pero necesaria, señorita: ¿El señor Tristante y usted habían intimado con anterioridad?
Tardó en comprender pero luego contestó con naturalidad:
—¿Qué si me lo había tirado? ¡Por supuesto! Cinco o seis veces, desde que acabé el instituto. Pero eso terminó hace mucho, mucho tiempo, más de dos meses… Ahora sólo éramos amigos.
Sonreí: para las chicas como ella, dos meses eran “mucho, mucho tiempo”. Luego recordé que hay noches que se me hacen interminables y descarté la ironía.
—Continúe, por favor.
—Lo peor vino después. En lugar de calmarse, se enardeció. Dijo que nos mataría a las dos si no conseguía la combinación. Hizo varios disparos al aire y comenzó a rugir, parecía estar transformándose en… otra cosa.
Se abrazó a mí y comenzó a llorar. La bata cayó por su hombro y lo inspeccioné repitiéndome que sólo lo hacía desde el punto de vista profesional. Subí la tela roja para cubrirla de modo que al hacerlo dejé al descubierto el otro hombro. Allí estaba: un mordisco profundo y reciente, que sin embargo parecía cicatrizar ante mis ojos. Le acomodé la bata y la consolé un poco más.
— ¿Qué ocurrió después?
— Escapé y me escondí en el laboratorio fotográfico de Abu, es su hobby, ¿sabe?, pero él pero me encontró. Ya no era el mismo: había crecido y le brotaba pelo rojizo por todo el cuerpo. Me asusté tanto que le arrojé una cubeta del líquido que se usa para revelar y empezó a quemarse, aullaba.
Productos para revelar fotos. Sales de plata.
—Salí corriendo al jardín, desnuda como estaba y fui hacia el Parque, porque sabía que la caseta de los guardas forestales estaba cerca. Él me siguió, tropezando, y traía la pistola en la mano. Por suerte Antonio apareció a tiempo, si no ya estaría muerta…
Cuando terminó de narrar su versión, le recomendé no comentar con los otros policías, cuando llegaran, todo eso de transformaciones extrañas. Asintió obediente y fue a llamar a Leñador.
Ignoraba cómo había sido el carácter de ese muchachote de aspecto sano antes de esa noche, pero estaba seguro de que no volvería a ser el mismo. Hablaba como si le costara comprender lo que había visto y lo que había hecho. Su versión encajaba con la de Caperucita: anochecía cuando escuchó disparos en la mansión, se asomó para ver qué lo ocurría y vio llegar a la muchacha, desnuda y huyendo despavorida. Detrás, una enorme sombra rojiza que la seguía rugiendo y con un arma en la mano, garra o lo que fuera. No parecía humano. Leñador hizo lo que todo héroe en potencia, aferró el hacha y cuando El Lobo estuvo cerca, le cortó el cuello. Luego perdió la noción de los hechos, siguió golpeando y se desmayó.
—Es extraño, señor Leñador —comenté cómo si hablara para mi mismo—. Su versión parece coherente por momentos, pero tiene aspectos un poco… psicotrópicos.
Se derrumbó y admitió que solía aprovechar el anochecer para fumarse unos porros en contacto con la naturaleza. Cuando Caperucita y El Lobo llegaron, ya iba por el cuarto. Rogó que no lo comentara o perdería el trabajo, y le dije que contara con mi silencio, pero le aconsejé que podara de su historia los toques sobrenaturales cuando hablara con mis compañeros.
Antes de marcharme, recorrí la casa. El cuarto de la chica era lujoso pero me sorprendió la variada biblioteca que cubría toda una pared. Revisé los líquidos en el laboratorio fotográfico de la Abuelita, y en el estudio hallé, entre muebles destrozados, las ropas de El Lobo y los jirones de lo que habría sido el vestido de Caperucita. La pistola, me contaron después, apareció cerca de la cabaña de Antonio Leñador.
Cuando estaba por marcharme, la muchacha me detuvo:
—Sé que Jerónimo quería robar y hasta matarnos, pero no comprendo por qué se transformó en esa bestia inhumana. Quiero saber ¿Me ayudará?
La miré a los ojos y le pedí que me diera unas semanas para investigar. Le di el número de mi teléfono móvil y dijo que si la ayudaba a resolver el misterio me quedaría muy, muy agradecida.
Al salir, mi coche casi choca con una furgoneta blanca que tenía la silueta de un chef pintada en los costados. Eran los de la tienda de delicatessen, preocupados porque habían confundido el camino y temían llegar tarde. Les dije que la fiesta, en cierto modo, acaba de comenzar. Detrás venían los patrulleros y el coche de los de la Científica. Pensé que los compañeros, esa noche, tendrían algo más que café recalentado y bocadillos rancios para acompañar la tarea.
****
Un mes más tarde Caperucita me llamó y le dije que había hallado una explicación para el misterio. Me citó en su casa, a las ocho. Intenté cambiar el lugar del encuentro pero ella dijo que podríamos hablar sin testigos, porque su Abuelita estaba de viaje. Después de colgar, comprobé sin necesidad el calendario sobre mi escritorio: era martes, el servicio tenía el día libre.
Admito que estaba nervioso. Cuando trabajas por la noche, sueles perder la noción de los días y tuve la sensación de que sólo habían pasado unos minutos desde la muerte de El Lobo, en lugar de varias semanas. Tampoco ayudó demasiado que Caperucita me recibiera con la misma bata roja de seda que llevaba aquella noche. Me encogí de hombros: igual las tenía por docenas.
Rogó que la disculpara por su atuendo, pero acababa de darse una ducha y le dije que no había nada que disculpar. Pasamos al salón y me ofreció de beber.
—No estaría mal un daiquiri de frambuesa —dije.
—No parece una bebida apropiada para usted, Pedro.
—Tampoco le pegaba a El Lobo Tristante, pero mire por dónde…
—No le caigo bien —dijo ella mientras preparaba los combinados—. Le parece inmoral que me acostara con mi profesor, ¿verdad? Pero es que siempre me gustaron los hombres maduros, como Jerónimo… o como usted. Creo que hay un dicho al respecto: la antigüedad es un grado, o algo así.
Me dio mi copa y se sentó en el sofá, las piernas recogidas bajo la barbilla. La noche avanzaba en el gran ventanal y yo me sentí aún más inquieto. Sobre la mesa baja había tendido un mantel a cuadros rojos y blancos, y en el centro, una cesta de pic nic aguardaba su momento.
Ella dejó su copa sobre la mesa, como si no se hubiera dado cuenta de que la bata ya casi no la vestía. El mordisco era una línea apenas visible en su hombro y la luna asomaba detrás de los árboles del parque. Empecé a sudar.
—Supongo que ha venido por su recompensa, inspector De Paz. Y se la daré con gusto… aunque ya no necesito que me explique nada.
Bebí un trago del daiquiri de frambuesa y me pregunté cómo podía gustarle eso a El Lobo.
—Lo imaginaba, Caperucita. Pero los hombres de maduros tendemos a volvernos obsesivos y nos gusta terminar el trabajo, porque a menudo no tenemos más que eso. Mi trabajo es averiguar cosas y eso he hecho.
—Por mí, no se prive —murmuró ella sin apartar los ojos del ventanal.
—Sólo tengo una duda: ¿Por qué un plan tan complejo, no hubiera sido más sencillo provocar un accidente, como con sus padres?
Ella se sobresaltó pero recuperó la compostura. Detrás de los árboles, la luna anunciaba su brillo blanco.
—Hablamos por hablar —dijo—, no se puede demostrar nada. El mecánico que arregló el avión de papá se volvió ambicioso, quería más dinero y más… —con la mirada señaló su cuerpo y con una mano tiró de la cinta de seda que sostenía la bata. Ahora podía ver todo aquello de lo que el mecánico quería más. Y era mucho. Mi mano comenzó a temblar un poco. Me desnudé sin dejar de mirarla y Caperucita disfrutó de su victoria al ver el efecto que provocaba en mí. Pero en lugar de saltar sobre ella, como esperaba, tome mi copa de la mesa y volví a sentarme:
—Así que para liquidar a su Abuelita optó por buscar un cómplice que no conociera todo su plan, sino sólo una parte.
Bostezó y se estiró en el sofá. Estaba ganando tiempo y yo lo sabía, pero me costaba apartar los ojos de su cuerpo. La línea del mordisco en su hombro se volvió más oscura y parecía latir.
—Jerónimo estaba loco por mí, le dije que con las joyas que guardaba Abu en la caja fuerte podríamos vivir para siempre en una isla paradisíaca…
—Pero no le contó que planeaba matarla a ella, echarle la culpa, y simular que lo había asesinado en defensa propia… Aunque que las cosas no salieron como esperabas, Caperucita…
Sonrió dulcemente. Como una niña perdida en el bosque:
—Con el abuelo bastó una sobredosis de medicamentos, pero ahora era diferente. Y no pensé que Jerónimo fuera tan blando. Puso en la copa de Abu menos droga de la que le indiqué, por miedo a matarla. Y no logró arrancarle la combinación correcta de la caja fuerte. Si hubiera llegado a abrirla, todo resultaría más creíble. Aunque, en realidad, nunca planeé robar las joyas… ¿Para qué, si todo sería mío legalmente?
—Pero cuando llegaste una hora y media antes, él descubrió tu plan…
—Qué va. Estaba muy nervioso, decía que se hacía de noche, que tenía que huir… Me costó tranquilizarlo, pero recurrí al viejo truco horizontal, y cuando el viejo quedó exhausto, me disponía a liquidarlo, pero…
—Pero ocurrió lo único que no esperabas.
—¿No quiere su premio ahora, inspector Pedro de Paz? Pronto será tarde y me temo que usted ya lo sabe…
—Puede. Pero como dijiste hace un mes, necesito saber. ¿Lo de Leñador fue una improvisación? Por que en ese caso, tu capacidad es admirable…
—Me lo vengo tirando desde que tenía quince años y conozco sus costumbres. Por eso, cuando Jerónimo empezó a transformarse, huí hasta donde estaba él, porque mientras el tonto de Antonio se hacía el héroe y el otro lo mataba, tal vez yo podría escapar.
—¿Y lo del líquido con sales de plata?
—Pura casualidad. En ese momento, lo que yo menos podría imaginar era que Jerónimo…
—Pero enseguida comprendiste. He visto tu biblioteca y sabes bastante de temas sobrenaturales… ¿De dónde sacaste el cuchillo de plata? Un hachazo sólo deja fuera de combate a un hombre lobo por unos minutos…
Sonrió con dulzura y comenzó a ponerse de pie:
—Ay, inspector. Se nota que viene usted de cuna humilde. En casas como ésta, toda la cubertería es de plata. Cuando entendí lo que pasaba, dejé sin sentido a Antonio de una pedrada, corrí hasta la cocina, busqué el cuchillo más grande y sólo tuve que repasar el tajo del hacha y adiós hombre-lobo. Ninguno de los dos se enteró de nada. El pobre Antonio quedó tan trastornado por haber matado a Jero, que está ingresado en un psiquiátrico. El mejor, desde luego. Me ocupé de que lo traten bien.
—¿Tu Abuelita regresará viva de este viaje?
—Desde luego. No soy tonta. Es un fastidio, pero tendré que dejar pasar un tiempo antes de ocuparme de ella.
Bebí lo que quedaba de mi copa procurando no mirar hacia el ventanal el en el que la luna asomaba invicta sobre los árboles. La luna llena.
—Tenías todo bajo control, salvo una cosa…
—Sí. El mordisco. Cuando pude releer mis libros sobre el tema, todo fue sumar dos más dos. Al principio me asusté, pero luego empecé a esperar con impaciencia la próxima noche de luna llena. Que es esta.
Se acercó al ventanal, estiró los brazos y las piernas y dejó que la luz de la luna bañara su cuerpo:
—No se moleste en buscar en la cesta de pic nic, inspector. Esta vez no la usé para ocultar la pistola. Ya no necesito armas ni las armas pueden dañarme. Le advertí que cobrara su premio cuando aún tenía tiempo…
—Lo haré —dije.
Supongo que fue mi voz, repentinamente ronca, lo que la alertó. Se volvió,recortada por la luna. Me miró sorprendida.
—Tenías razón sobre el dicho, Caperucita: la antigüedad es un grado. Y no sólo para los hombres. También para los hombres-lobo. Y las mujeres-lobo.
En más de treinta años de licántropo, fue la única vez en que no me dolió la transformación. Ella sacudió la cabeza tratando de comprender y estuve a punto de explicarle que la primera vez que te transformas después del mordisco inicial, el proceso tarda varias horas. Pero no le dije nada porque de mi garganta ya no salían palabras, sólo rugidos. Me vi reflejado en el ventanal, cubierto del pelaje renegrido que tanta gracia le causaba a Jerónimo, y pensé vagamente en aquella noche en que nos conocimos, en Los tres cerditos, durante una reunión de Licántropos Anónimos, y en el apoyo mutuo que nos habíamos brindando durante años para vencer nuestra adicción. Pensé también en que todo ese esfuerzo se había ido al garete por culpa de esa niñata que ahora temblaba de terror, y en que el mal no es exclusivo de los que padecemos una maldición. Después no pensé en nada, porque todo fue rojo y desgarro. y muerte.
Con un débil vestigio de conciencia logré frenar mi impulso de huir al bosque cuando todo acabó. Sabía que ella habría tomado los recaudos para que nadie viniera a la casa hasta el día siguiente.
Con un débil vestigio de conciencia logré frenar mi impulso de huir al bosque cuando todo acabó. Sabía que ella habría tomado los recaudos para que nadie viniera a la casa hasta el día siguiente.
Así que me dormí a su lado y desperté al amanecer, evitando mirar en qué se había convertido la dulce Caperucita. Me di una larga ducha para quitarme su sangre y al volver a vestirme me sentí limpio y satisfecho.
Antes de marcharme desconecté los discos duros del sistema de cámaras y me los llevé conmigo.
Mientras me alejaba por la autovía me prometí volver pronto para consolar a la Abuelita. Pero lo haría de día.
Y tal vez dentro de dos meses, un martes de luna llena, le haría una visita nocturna.
Aunque quién sabe: como decía Caperucita, dos meses es mucho, mucho tiempo.
Carlos Salem
Dos "vacunas" contra la fiebre navideña
Se vienen las fiestas con su habitual carga de encuentros, brindis, sobrinos molestos, cuñados asesinables, cuñadas deseables e inaccesibles, tías solteronas y discusiones políticas a ambos lados de trincheras de lombarda.
Nada podemos hacer contra la crisis económica, pero sí proporcionarte un antídoto previo contra esta enfermedad sobre la cual la OMS calla cobardemente y ni siquiera Wikileaks se atreve a publicar ni un tímido sms.
El tratamiento se aplica en dos dosis:
El martes 21 y el miércoles 22 de diciembre, en Diablos Azules,
(Apodaca, 6 - Metros Tribunal y Bilbao)
con sus respectivas jam session de poesía minificción.
A las dos tomas puedes acudir con tus poemas (3 máximo, el martes) y tus microrrelatos (no más de 3 folios en total, el miércoles)
Y no es necesario venir en ayunas.
Para reforzar el efecto de la medicación, ambos días contaremos con la presencia de especialistas.
Así que ya sabes: si no quieres que esta fiestas te aruinen la fiesta,
te esperamos a partir de las 21.00 horas.
Luna Miguel nació el 6 de noviembre de 1990. Estudia Periodismo en la URJC. Trabaja como lectora editorial, como columnista en el diario Público desde agosto de 2009 y ha colaborado en medios como ACL Radio y La Voz de Almería y en revistas como Quimera, Vice, Shandy, Madriz, y Koult.
Sus poemas, traducidos al inglés, francés, portugués y ruso, han aparecido desde 2001 en algunos espacios, entre ellos: Salamandria, El coloquio de los perros, Los Noveles, Espacio Luke, El maquinista de la generación, 3AM Magazine, The Srcrambler, o La bolsa de pipas.
Ha sido antologada en las publicaciones El Jaiku en España (Hiperión, 2003), La casa del poeta (Sloper, 2007), Y para qué (+) poetas (Eppur, 2010), Pájaros raíces, en torno a José Ángel Valente (Adaba 2010), y Almanaque poético. 12 poetas para un año. (El Gaviero Ediciones, 2010).
Es autora de los cuadernos Menú de sombras (Banderines Zaguán, 2006), Síntomas (La Bella Varsovia, 2008), Proceso (Vitolas Anaïs, 2009), y Cruzo un desierto (CAIN, 2010).
También ha publicado los poemarios Estar enfermo (La Bella Varsovia, 2010) y Poetry is not dead (DVD Ediciones, 2010); y la micro novela Exhumación (Alpha Decay, 2010) coescrita con Antonio J. Rodríguez.
Ha prologado los diarios de Félix Francisco Casanova Yo hubiera o hubiese amado (Demipage, 2010) y dirije la edición de la antología Las Hermanas de Monelle en la que participarán las poetas Ruth Llana, Marta Echaves, Laura Rosal y Marina Ramón-Borja con un prólogo de la autora argentina Natalia Litvinova.
En 2010 ha sido galardonada con el Premio Andalucía Joven en la modalidad de Arte como un reconocimiento a su breve trayectoria literaria y profesional.
Manuel Espada (Salamanca, 1974), es Licenciado en Periodismo y Máster por RNE.
Lleva doce años trabajando como guionista en diversos programas y series de RNE, TVE, Antena 3, Telemadrid y Telecinco.
También ha escrito el cortometraje “El tercer día”, y la obra de teatro del mismo nombre.
Ha ganado el premio de micros Relatos en Cadena de la SER, el Premio Internacional Lenteja de Oro de la Armuña, el Premio Villa de Ermua, el Villa de Alcorisa y el de la editorial Grupobuho, gracias al cuál pudo publicar su primer libro de relatos “El desguace”.
Recientemente ha publicado el libro de relatos “Fuera de temario” con Editores Policarbonados y en breve publicará un libro de micros titulado “Zoom. Ciento y pico novelas a escala”, con la editorial Paréntesis.
Habitualmente escribe en su blog “La espada oxidada”.
martes, 14 de diciembre de 2010
jueves, 9 de diciembre de 2010
En directo y en diferido
Si te gusta escribir o leer microrrelatos, ven el miércoles 15 a Diablos azules. EL TAMAÑO SI QUE IMPORTA. Participa en los concursos de imporvissación, leer tus relatos y disfruta del Narrado Invitado. Esta semana: NICOLAS MELINI
(Y si vives fuera de Madrid y no puedes venir, envías tus minificciones a siqueimporta@gmail.com, que las leeremos en directo.
martes, 30 de noviembre de 2010
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Esta noche, en la Sala Triángulo
sábado, 13 de noviembre de 2010
Premio "París Noir" de Novela para "Nager sans se mouiller" ("Matar y guardar la ropa" en francés)
El jurado del Festival Europeo de Novela y Cine Negro "París Noir", formado por Catherine DIRAN (écrivain, directrice littéraire Paris Noir); Nathalie BEUNAT ( éditrice);Herve DELOUCHE (813); Stephane ALLEGRET (journaliste et scénariste); Marc FERNANDEZ (écrivain et journaliste), decidió anoche en París otorgar el premio a la mejor novela negra a "Nager sans se mouiller", versión francesa de "Matar y guardar la ropa", editada en Francia por Actes Sud.
El vídeo lo debo a la cortesía de mi amigo Sebastién Rutés. Al verlo creo que deberían haberme dado el premio a la peor pronunciación en francés de la Historia...
GRACIAS A TODOS LOS AMIGOS QUE PASARON ESTOS DÍAS CON LOS DEDOS CRUZADOS!!!!
viernes, 5 de noviembre de 2010
Yo pienso de que: El arte de esquilar ovejas
Paradojas de la moderna vida ibérica: mientras faltan sólo unas semanas para que entre en vigor una nueva ley anti-tabaco que prohibirá fumar hasta bajo el agua, los que se arrogan el derecho a pensar por nosotros nos ahogan con sucesivas cortinas de humo. Fumadores pasivos de esos puros mediáticos (o como coño se diga), tenemos que tragar. “Porque si no tragas te pones en contra a las corrientes de opinión pre-cocinada y ya sabes cómo te puede ir”. Así me lo han dicho unos cuántos en estos días.
Pues no trago.
Esta vez no.
El escándalo montado en torno a una frase contenida en un libro en el que Fernando Sánchez Dragó y Albert Boadella narraban batallitas, se aviva artificialmente con peticiones para que intervenga el Defensor del Menor, y a este paso acabarán solicitando castración o cosas peores (si es que existen), en nombre de una supuesta protección de la infancia.
Se marea la perdiz (¿cómo sabrá una perdiz mareada, debo escribirle a Ferrán Adriá, que seguro que lo probado en su laboratorio) para que no pensemos en lo que se viene, en lo que ya está aquí, en el hecho de que ni los que están ni los que quieren estar tienen la menor idea de los pasos a seguir para sacarnos de la crisis.
No hace mucho, cuando el garrulo del alcalde de Valladolid dijo lo que dijo sobre Leire Pajín, tuvo su justo merecido…, durante los dos primeros días. El resto, todo lo que siguió y sigue, es cortina de humo. Como lo de los apellidos y el lugar de colocación, en un país en el que siguen muriendo mujeres según la asquerosa costumbre de la maté porque era mía. Como lo que se inventarán unos y otros pasado mañana, cuando ya no se pueda seguir ordeñando la teta del “caso Dragó” (es una metáfora, pobre pero metáfora, ¿eh?); como todos esos fueguitos de madera mojada que se encienden para distraernos de la aterradora verdad: aquí, si nos descuidamos, teminará gobernando Belén Esteban, si es que no gobierna ya, en cierto modo.
¿Quiere esto decir que estoy a favor de la descalificación machista de ministras o de las relaciones sexuales con menores de edad? Pues no, no estoy a favor, pero si achinamos los ojos y miramos entre el humo, veremos a un puñado de tecnócratas que consultan el manual sobre El arte de esquilar ovejas, mientras van echando leña verde al fuego de la tontería general.
Y en el caso de Sánchez Dragó, detrás de los vendedores de humo, los cazadores de brujas recargan sus mecheros.
El escritor ya ha declarado que lo que dice en el libro no ocurrió, que se dejó llevar por el calor de la charla y por el juego con Boadella a ver quién tenía la vida más larga y más golfa. De alguna manera se buscó el primer escándalo (ya sabes en qué país vives, Fernando), aunque los supuestos hechos ocurrieran en 1967. Pero lo que ha seguido después es humo de otra hoguera, que tiene como combustible esa profunda vocación futbolera con que entendemos la política.
Hay mucha gente a la que el escritor le cae mal, porque no sabe pasar inadvertido ni callarse la boca.
También hay mucha gente a la que le cae bien, por los mismos motivos.
Ambos grupos merecen mis respetos. A los que no entiendo es a los autómatas del pensamiento, que gritan a favor o en contra según su color (¿?) político, porque sospecho que si el protagonista del follón hubiera sido otro, otra sería su reacción.
Lo que aquí se cuestiona es la libertad para fabular, decir y, si me apuran, pensar lo que a uno le salga de las meninges. Muchas de las grandes obras de la literatura no podrían escribirse hoy sin exponerse el autor a la pública lapidación a cargo de l@s adalides y adalidas de la corrección política, l@s mism@s que miran hacia otro lado cuando escuchan gritos en la casa del vecino. En Facebook y otras hamburgueserías del pensamiento se multiplican los grupos y las quejas sobre una trola literaria de un escritor que desayuna cada mañana con la controversia, mientras hace unos mese Save the Children informaba que los españoles estamos en el Top Ten del turismo sexual con menores. Y eso ocurre en 2010, no en una anécdota ficticia fechada hace 43 años.
En la actualidad, el leñador que se carga al lobo en Caperucita roja sería acusado de brutalidad con los animales, Alí Babá denunciado por los cuarenta ladrones por escuchas ilegales (remember Garzón), y el tal Héctor Oliveira, jugador de Rayuela, iría al talego por omisión de socorro en París para con un niño llamado Rocamadour.
Y más de uno aplaudiría esas medidas ejemplares, comentando que ya era hora de que alguien pusiera freno a esos modernos bufones, los escritores; para luego proponer el empalamiento del vecino de 4º izquierda, por no reciclar correctamente la basura. Y es que, como revela el estribillo de una canción del grupo argentino Bersuit Bergarabat, “no hay nada menos ecológico que un infeliz”.
En fin, que siga el circo.
Y mientras tanto, los cazadores de brujas afilan sus estacas.
Porque después de los brujos, llegará el turno de las ovejas.
Carlos Salem
Pues no trago.
Esta vez no.
El escándalo montado en torno a una frase contenida en un libro en el que Fernando Sánchez Dragó y Albert Boadella narraban batallitas, se aviva artificialmente con peticiones para que intervenga el Defensor del Menor, y a este paso acabarán solicitando castración o cosas peores (si es que existen), en nombre de una supuesta protección de la infancia.
Se marea la perdiz (¿cómo sabrá una perdiz mareada, debo escribirle a Ferrán Adriá, que seguro que lo probado en su laboratorio) para que no pensemos en lo que se viene, en lo que ya está aquí, en el hecho de que ni los que están ni los que quieren estar tienen la menor idea de los pasos a seguir para sacarnos de la crisis.
No hace mucho, cuando el garrulo del alcalde de Valladolid dijo lo que dijo sobre Leire Pajín, tuvo su justo merecido…, durante los dos primeros días. El resto, todo lo que siguió y sigue, es cortina de humo. Como lo de los apellidos y el lugar de colocación, en un país en el que siguen muriendo mujeres según la asquerosa costumbre de la maté porque era mía. Como lo que se inventarán unos y otros pasado mañana, cuando ya no se pueda seguir ordeñando la teta del “caso Dragó” (es una metáfora, pobre pero metáfora, ¿eh?); como todos esos fueguitos de madera mojada que se encienden para distraernos de la aterradora verdad: aquí, si nos descuidamos, teminará gobernando Belén Esteban, si es que no gobierna ya, en cierto modo.
¿Quiere esto decir que estoy a favor de la descalificación machista de ministras o de las relaciones sexuales con menores de edad? Pues no, no estoy a favor, pero si achinamos los ojos y miramos entre el humo, veremos a un puñado de tecnócratas que consultan el manual sobre El arte de esquilar ovejas, mientras van echando leña verde al fuego de la tontería general.
Y en el caso de Sánchez Dragó, detrás de los vendedores de humo, los cazadores de brujas recargan sus mecheros.
El escritor ya ha declarado que lo que dice en el libro no ocurrió, que se dejó llevar por el calor de la charla y por el juego con Boadella a ver quién tenía la vida más larga y más golfa. De alguna manera se buscó el primer escándalo (ya sabes en qué país vives, Fernando), aunque los supuestos hechos ocurrieran en 1967. Pero lo que ha seguido después es humo de otra hoguera, que tiene como combustible esa profunda vocación futbolera con que entendemos la política.
Hay mucha gente a la que el escritor le cae mal, porque no sabe pasar inadvertido ni callarse la boca.
También hay mucha gente a la que le cae bien, por los mismos motivos.
Ambos grupos merecen mis respetos. A los que no entiendo es a los autómatas del pensamiento, que gritan a favor o en contra según su color (¿?) político, porque sospecho que si el protagonista del follón hubiera sido otro, otra sería su reacción.
Lo que aquí se cuestiona es la libertad para fabular, decir y, si me apuran, pensar lo que a uno le salga de las meninges. Muchas de las grandes obras de la literatura no podrían escribirse hoy sin exponerse el autor a la pública lapidación a cargo de l@s adalides y adalidas de la corrección política, l@s mism@s que miran hacia otro lado cuando escuchan gritos en la casa del vecino. En Facebook y otras hamburgueserías del pensamiento se multiplican los grupos y las quejas sobre una trola literaria de un escritor que desayuna cada mañana con la controversia, mientras hace unos mese Save the Children informaba que los españoles estamos en el Top Ten del turismo sexual con menores. Y eso ocurre en 2010, no en una anécdota ficticia fechada hace 43 años.
En la actualidad, el leñador que se carga al lobo en Caperucita roja sería acusado de brutalidad con los animales, Alí Babá denunciado por los cuarenta ladrones por escuchas ilegales (remember Garzón), y el tal Héctor Oliveira, jugador de Rayuela, iría al talego por omisión de socorro en París para con un niño llamado Rocamadour.
Y más de uno aplaudiría esas medidas ejemplares, comentando que ya era hora de que alguien pusiera freno a esos modernos bufones, los escritores; para luego proponer el empalamiento del vecino de 4º izquierda, por no reciclar correctamente la basura. Y es que, como revela el estribillo de una canción del grupo argentino Bersuit Bergarabat, “no hay nada menos ecológico que un infeliz”.
En fin, que siga el circo.
Y mientras tanto, los cazadores de brujas afilan sus estacas.
Porque después de los brujos, llegará el turno de las ovejas.
Carlos Salem
jueves, 4 de noviembre de 2010
El hombre que no leía novelas históricas
Desconfío, por sistema, de las novelas que intentan contarme la Historia como si fuera una historia. Desconfío aunque las escriba un amigo, como es el caso del autor de El hombre que mató a Durruti, acaso porque soy un defensor de la poco admitida teoría de que la realidad imita a la ficción, y demasiadas novelas históricas facturadas para el consumo rápido, demasiados placebos literarios al estilo de la perniciosa serie televisiva Águila Roja, fundamentan la conclusión de que lo que suele buscarse no es ni facturar una buena novela ni desvelar misterios históricos, sino forrarse y punto (lo que por otra parte no constituye delito alguno y es lo que todo novelista desea, aunque en público lo neguemos).
En el caso que nos ocupa, Pedro de Paz podría haber optado por muchos caminos, pero eligió el mejor, el que -aparte de un premio a la primera novela que escribía, ahí es nada- no le depararía fama galáctica ni millones de fans con rulos y tiempo de sobra para suspirar imaginando a su comandante Fernández Durán en cueros o al teniente Alcázar seduciendo espías enemigas. No. El autor juega con éxito a la contención y acierta, al ofrecer un marco histórico bien documentado pero nunca tedioso, se vale de los datos y las imágenes que tenemos en mente tras décadas de películas y series que tratan sobre la Guerra Civil, pero no depende de ellos para contar su historia. Al mismo tiempo, sin golpes de efecto ni acumulación de tics, construye unos personajes (en especial los dos citados), definidos, reconocibles y -lo que es más difícil- creíbles. Esto resulta condenadamente complejo en un texto en el que el verdadero protagonista está ausente todo el tiempo, ausente y muerto es su misterio. De Paz lo consigue usando las herramientas del buen novelista, dejando que los personajes fluyan dentro del rígido marco de un estamento militar y una situación política en la que nadie quería sacar los pies del plato o hablar de más. Y es dentro de ese esquema que la novela se vuelve fascinante y muy creíble: no se habla del miedo a perder que tienen todos os personajes, pero se siente.
Puesto a poner alguna pega a la novela, ahí va una ridícula: se hace demasiado corta. Uno se queda con ganas de más, y eso indica que el libro funciona más allá del anzuelo histórico de un personaje mítico como Durruti. El balance que hace el autor entre las dos materias a tratar (las diferentes hipótesis sobre la muerte del legendario dirigente anarquista y la investigación ficticia), es ejemplar y acaso uno de los secretos de este texto.
Mención aparte merece la pareja detectivesca, que aquí asoma y con fuerza pero sin estridencia, y que pide a gritos nuevas apariciones, más extensas y aprovechando el buen control que tiene el autor sobre la época narrada. Eso, o casos posteriores a la contienda, fechados en esa segunda vida que tiene el comandante Fernández Durán y que pese a estar sólo apuntada en el texto, incita a saber más.
En resumen, que El hombre que mató a Durruti me obliga a examinar y poner en cuarentena mis prejuicios automáticos hacia las novelas históricas. Al menos, si las escribe Pedro de Paz.
Carlos Salem
miércoles, 3 de noviembre de 2010
RAYUELA 5 NOVIEMBRE
El viernes comienza en DIABLOS AZULES (Apodaca, 6)
el único programa de radio que no sale en antena ni internet,
una revista literaria sin papel si web...
MOTEL RAYUELA (Albergue Transitorio Literario),
presentado por Marcelo Luján y Carlos Salem.
Invitados de lujo para la primera emisión que no se emitirá por sintonía alguna:
SEBASTIAN ABAD y RODRIGO GALARZA.
21.00 HORAS.
viernes, 29 de octubre de 2010
martes, 26 de octubre de 2010
HOMBRE PEONZA TAPASYFOTOS
El viernes 29 de octubre,
a las 21.30 horas en TAPAS Y FOTOS,
(Calle Doctor Piga, 7, Metro Lavapiés),
presento mi nuevo libro de poemas
"Memorias circulares del hombre-peonza"
(editorial Ya lo dijo Casimiro Parker),
que cierra la trilogía "Poemas al otro lado de la barra".
Te espero
salvo que, como suele ocurrir,
te llegue este mensaje y vivas a miles de kilómetros)
Gracias.
a las 21.30 horas en TAPAS Y FOTOS,
(Calle Doctor Piga, 7, Metro Lavapiés),
presento mi nuevo libro de poemas
"Memorias circulares del hombre-peonza"
(editorial Ya lo dijo Casimiro Parker),
que cierra la trilogía "Poemas al otro lado de la barra".
Te espero
salvo que, como suele ocurrir,
te llegue este mensaje y vivas a miles de kilómetros)
Gracias.
jueves, 21 de octubre de 2010
Reseña de Yann Le Tumelín
Carlos Salem se met à nu
Carlos Salem était présent à Toulouse le week-end dernier pour le festival des littératures policières. Il a fait tatouer sur son avant-bras le titre de son premier roman, il porte le bouc, la moustache et un bandeau sur la tête. Comme ça, il ressemble à un pirate. Probablement un rêve de gosse, qu'il prête d'ailleurs à Juan Juan Perez, son personnage de Nager sans se mouiller.
Dans la "vie civile", Juan est un petit employé timoré et sans relief, quadragénaire et divorcé. En réalité, Juan est Numéro Trois, un tueur à gages, très doué par dessus le marché.
Alors qu'il s'apprête à emmener ses enfants en vacances sur la côte, on lui confie un contrat, et voilà comment il se retrouve dans un camp naturiste, avec pour cible... son ex-femme !
Dit comme ça, ça ressemble à une grosse blague et on se dit qu'on va bien rigoler. Et on rigole, pas de doute là-dessus, mais pas seulement.
"Vous, Juan, confronté à une situation inconfortable comme celle que vous vivez et à un âge que j'envie mais qui est pétri de doutes, au lieu de simplement réfléchir à ce qui vous arrive, vous écrivez une histoire. Dans votre tête, mais vous l'écrivez. Et il y a tout dedans : la culpabilité, votre mariage détruit, la séparation d'avec vos enfants, et même la perspective d'un nouvel amour qui serait votre rédemption. Le reste, le métier de tueur à gages, la trame de l'intrigue, vous sert à ne pas trop vous attarder sur une réalité qui se peint toujours, toujours en gris."
Tout est dit.
(Texto íntegro en:)
http://moisson-noire.over-blog.com/article-nager-sans-se-mouiller-carlos-salem-58905837.html
lunes, 18 de octubre de 2010
Reseña de Jean-Marc Laherrére
http://actu-du-noir.over-blog.com/article-carlos-salem-nage-sans-se-mouiller-59096710.html
Carlos Salem nage sans se mouiller.
Parmi les invités de TPS version 2010, il y avait un auteur qui avait marqué le salon 2009, l’inoubliable Carlos Salem. Coup de chance, son second roman traduit en français venait juste de sortir : Nager sans se mouiller. Après le délirant mais très cohérent Aller simple, ses lecteurs l’attendait au tournant. Mais ils n’étaient pas au bon tournant ! Loin du délire contrôlé du premier roman, ils ont droit ici à un polar pur jus, dans les règles (des règles un peu revues quand même).
Je m'appelle Juanito Perez Perez. Et je suis représentant en papier hygiénique. Quoi de plus banal ? Quoi de plus ennuyeux ? C'est l'identité que connaissent mon ex femme, et mes deux enfants. Pour l'Entreprise, je suis Numéro 3. Je prends mes ordre de Numéro 2. Et j'ai quinze morts à mon actif. Mais là, je compte bien partir en vacances avec mes deux enfants, que mon ex me laisse, exceptionnellement, pour être seule avec son nouveau Jules.
Malheureusement, Numéro 2 me confie une nouvelle mission, compatible avec les vacances prévues. Soi-disant. L'ennui est que je dois loger près de la cible. Dans un camp de nudiste. Et que la cible n'est autre que mon ex. Pour comble, sur place je tombe sur mon ami d'enfance, perdu de vue depuis bien longtemps. Trop, beaucoup trop de coïncidences …
Contrairement à ce que cet embryon de résumé pourrait laisser croire, Carlos Salem s'est assagi. Si, si ! Disons assagi par rapport à Aller simple. Si la situation de départ (et les rebondissements nombreux) sont inattendus, voire rocambolesques, le récit suit par ailleurs une trame relativement classique, parfaitement maîtrisée, et laissant peu (voire pas) de place à l'improvisation. Après tout, on suit une histoire classique dans le polar, celle du tueur aspirant à la retraite poursuivi par ses anciens employeurs.
Trame classique donc, mais revisitée par Carlos Salem. Alors on n'est pas un procédural anglo-saxon, il y a du cul (disons les choses comme elles sont), c'est souvent drôle, mais aussi très souvent émouvant, parfois profond, toujours humain. L’auteur multiplie les références : un des personnages est un vieux monsieur très classe nommé … Camilleri, le tueur, pour s’occuper, lit … Aller simple, il y a un juge dont le nom fait furieusement penser à Baltasar Garzon … Bref du Carlos Salem.
Et il y a ce tueur. Loin des psychopathes de service, loin des supermen surentraînés, c’est juste un homme qui fait son boulot. Sans passion mais sans ennui, sans émotion. Un peu comme quelqu’un qui construirait des missiles vendus au Pakistan ou qui mettrait au point des aditifs qui rendent accro à la clope ou à une boisson gazeuse … Rien de personnel, juste un boulot.
Finalement, c’est l’auteur qui parle le mieux de son roman dans les remerciements où il écrit « Tous ceux-là et beaucoup d’autres que j’oublie (pardon) m’aident à poursuivre l’écriture de ces histoires tristes qui font rire les lecteurs ». Je ne saurais mieux dire.
Carlos Salem / Nager sans se mouiller (Matar y guardar la ropa, 2008), Actes Sud (2010), traduit de l’espagnol par Danielle Schramm.
Par Jean-Marc Laherrère - Publié dans : Polars espagnols - Communauté : Le monde du polar
martes, 5 de octubre de 2010
lunes, 4 de octubre de 2010
martes, 28 de septiembre de 2010
viernes, 10 de septiembre de 2010
Reseña de Camino de ida, en" Castorín"
Camino de ida
Autor: Carlos Salem
Editorial: Salto de página
Páginas: 224 páginas
Este es el último libro que he tenido el auténtico placer de leer: Camino de ida.
Novela negra escrita por el autor argentino-español Carlos Salem. Primeramente, reseñar que es una historia sólida con múltiples personajes, donde nada se deja al azar con individuos que van desde perdedores hasta mercenarios. La trama te atrapa desde el primer momento y te inmiscuyen en su lectura, haciendo que no quieras o no puedas dejar de leer.
Hilarante, con toques de humor e ironía. De las mejores novelas que he leído este año.
Como cita en su prosa: "Y si hay miseria, que no se note." A continuación os adjunto un enlace del vídeo donde el propio autor sintetiza la novela. Sobran las palabras.
http://www.conoceralautor.com/obras/ver/NTAy
En resumen: Una excelente y divertida novela. Para disfrutar de principio a fin. Un novelón. Totalmente recomendable.
http://chenel-3.blogspot.com/2010/09/libro-camino-de-ida.html
martes, 7 de septiembre de 2010
"Cracovia sin ti, en Otro Lunes
Casualidades exageradas pero verosímiles
por Isabel Camblor
Cracovia sin ti" realmente no transcurre en Madrid, sino más bien en un universo microcósmico dentro del imponente Madrid. Estamos ante una historia (que se cruza ingeniosamente con la popular fábula de "La cigarra y la hormiga"), indiscutiblemente urbana y cosmopolita. Debemos imaginarla observada desde los ojos de un gato, bautizado con el original nombre de Gato.
Gato contempla, y ante lo que se va descubriendo, esboza una sonrisa cáustica y algo impertinente que no es sino una burla a las contradicciones humanas en el ámbito del amor: esa sonrisa alegórica, Gato la mantendrá a lo largo de toda la novela.
Daniel y Daniela se besan en la cara pero no en los labios, porque parece ser que en una oficina compartida resulta más prudente tener un amigo que poseer un amante. Si hay algo que les une, aunque ellos no sean conscientes, es el desencanto, aunque también, pero en menor medida, los inconvenientes a la hora de sobrevivir en una agencia de publicidad donde no todo es trigo limpio. Por ser Madrid el escenario escogido por Salem, no puede faltar el canallismo, y los incisos que se suceden en el bar Malone constituyen un estupendo recurso para hacerlo efectivo y también para terminar de definir los encuentros, desencuentros y las múltiples insensateces que pueden desencadenarse cuando se produce el amor anhelado pero que no termina de verificarse.
Puede distinguirse claramente un puntillo experimental en esta novela: por la estructura, por el lirismo combinado con la ironía y con cierta crudeza, por la naturaleza de una forma de humor nada convencional pero hilarante, por el perfil de poeta que escribe novela (no puede ocultarlo Carlos Salem: además de novelista es poeta y a veces los géneros, tal vez inconscientemente, se fusionan), por las casualidades exageradas pero perfectamente verosímiles y por otras muchas cosas que van desconcertándonos a medida que la novela transcurre.
Para mí ha sido un buen descubrimiento este Salem, con su particularísimo espíritu literario y su curioso modo de atraparnos con piruetas a la hora de retratar la misma realidad y agarrándonos sin compasión por las solapillas para obligarnos a quedarnos hasta el punto final. Muy recomendable.
http://www.otrolunes.com/php/librario/librario-n14-a06-p01-2010.php
lunes, 9 de agosto de 2010
El charco, cuento inédito, en PUBLICO
(Un cuento inédito mío, en el suplemento de verano LIBRE del diario PUBLICO, publicado hoy. La dedicatoria se traspapeló, pero está dedicado a mi amigo Arturo Martínez, que a veces se parece a Sotanovsky...
La ilustración es de CANDELA)
EL CHARCO
Sotanovsky se detuvo al borde del charco calculando si las fuerzas le alcanzarían para un salto limpio. Acaso fuera más prudente rodearlo y no arriesgar la poca dignidad que ese lunes le había dejado intacta. Dedujo que un charco, visto así, es como un mar observado desde el espacio. Y un mar es cosa seria.
Se preguntó por qué los charcos serán siempre turbios, algo que sin duda no contribuye a darles buena fama, y recordó que el candidato que había votado en las últimas elecciones llevaba en su programa una propuesta para hacer que nuestros charcos, verdadero patrimonio de la nación y símbolo inalterable de nuestro carácter emprendedor, dejaran de ser lagrimones de agua sucia, para tornarse en cristalinos ojos que reflejen progreso y muestren a cada ciudadano el paso decidido hacia el mañana. Pero la promesa seguía sin cumplirse.
Levantó un pie y en ese momento dudó sinceramente de que tal enunciado fuera correcto, porque bien podría pensarse que era el pie quien lo levantaba a él. (Sotanovsky era un ser racional los lunes, miércoles y viernes, del mismo modo que los martes y jueves era un espíritu difuso, y los sábados se permitía ser una zapatilla vieja pero indudablemente cómoda. Los domingos era sólo un suspiro sin motivos definidos.)
Ese día, que era lunes y frente a ese charco, Sotanovsky era un ser racional. No era cuestión de llegar y saltar, se dijo, porque si fallaba en el salto, su ego quedaría seriamente dañado. Y en ese instante el charco se le antojó una sonrisa perversa de la acera.
Se agachó a contemplar de cerca a su enemigo, y percibió que la superficie barrosa estaba surcada por unas mínimas olitas. Imaginó un transatlántico lujoso y vio en la cubierta a una mujer vestida de fiesta bailando con un hombre elegante, mientras la orquesta, dentro de una glorieta, tocaba una canción romántica y refinada. Reconoció en el gesto del hombre elegante cierto aire familiar pero mejorado. La mujer, aunque aguzó la vista, no era conocida, pero sus formas y el generoso escote eran para Sotanovsky la suma de muchas otras mujeres vistas desde lejos.
No tuvo dudas: era Ella.
Hubo en la cubierta cierta inquietud y la orquesta elevó la fuerza de su melodía antes de los acordes finales. Sota-novsky hubiera jurado que la espalda de la mujer denotaba cierta tensión, pero no ese anticipo de salto al placer que un momento antes dibujaba su cuerpo. También el hombre familiar se movía con envaramiento, como si temiera un golpe y no supiera de dónde vendría. Se hizo el silencio en la orquesta, pero un trompetista regordete arrancó con un estrepitoso ritmo que Sotanovsky reconoció de inmediato como el odioso Tico Tico al más impuro estilo Ray Connif.
El hombre pidió disculpas a la mujer, caminó hasta el trompetista y lo derribó de un golpe. La orquesta aplaudió a rabiar y la mujer le arrojó un beso. El hombre elegante cargó al trompetista sobre sus hombros y caminó hasta la borda. La orquesta atacó con un vals que, por suerte, no era de Strauss, y siguiendo el ritmo, el hombre balanceó el cuerpo del músico, hasta que al completar un compás y no sin gracia, lo dejó caer al agua. Se volvió hacia los demás e hizo una reverencia, y Sotanovsky lo admiró antes de reconocer en ese hombre al que el propio Sotanovsky soñaba ser cuando todavía sabía soñar y no dividía sus anhelos en frecuencias semanales.
La orquesta inició un bolero tan pegajoso que al hombre le costó trabajo volver a la pista de baile, pues sus zapatos se adherían en cada paso al suelo de la cubierta. La mujer se echó en sus brazos y le dio un largo beso, tan apasionado que el precario equilibrio de su vestido se rompió con un gemido y cayó a sus pies mientras los músicos, entre el pudor ante la escena y el temor a ser arrojados por la borda, se volvieron sin dejar de tocar el cálido bolero, lo que demandó un alto grado de habilidad por parte de algunos músicos, en especial el pianista. Las luces se atenuaron y Sotanovsky sintió un cosquilleo de excitación ante la escena que iba a tener lugar de inmediato. Un crujido siniestro cubrió la música y pudo ver que otro barco acababa de abordar al lujoso transatlántico. La mujer gritó al descubrir que se trataba de piratas malayos de la más fiera calaña, y sólo el pianista suspiró aliviado por abandonar su incómoda postura de tocar con las manos a la espalda. El capitán pirata se parecía al trompetista regordete, pensó Sotanovsky, pero enseguida adjudicó esa confusión a la escasa iluminación que no le impedía, sin embargo, distinguir los pezones sonrosados de la mujer. El hombre se batió a duelo con el capitán de los piratas, pero llevaba las de perder, ya que el sable que le entregaron era sensiblemente más corto que el del malayo. Sin embargo, luchó fieramente y con maestría, intercalando entre estocada y estocada inteligentes frases irónicas destinadas a minar la confianza del enemigo. El pirata hacía otro tanto, pero al hablar diferentes lenguas el asunto perdía interés.
La lucha se prolongaba y algunos piratas recordaban otros abordajes, mientras un grupo de músicos, encabezados por el pianista, reclamaba al director de la orquesta las preceptivas horas extraordinarias y un plus de peligrosidad por tocar en pleno ataque pirata.
La mujer, que al comienzo del lance emitía grititos de alarma cuando el malayo acorralaba al hombre, empezó a bostezar cada vez con menos disimulo, y aceptó reunirse con un hombre que la llamaba desde las sombras. Los piratas bebían y jugaban a los dados con algunos de los músicos, aunque un reducido grupo de esquiroles seguía tocando, y los demás yacían borrachos por la cubierta. Uno de ellos (Sotanovsky hubiera jurado que fue el pianista), hizo caer un candelabro en su embriaguez, y el fuego se extendió rápidamente. Los piratas se amontonaron junto a los músicos, pugnando unos y otros por llegar hasta el barco pirata, pero como las partidas de dados habían alcanzado un alto nivel en las apuestas, resultó que el pianista era el nuevo propietario de la nave y se negaba a dejar subir a toda esa gente sin acordar antes el precio del billete.
El hombre y el capitán pirata, entre tanto, seguían su duelo sobre un cable de acero, y como no recordaban frases ingeniosas, se limitaban a tararearlas con entonación sardónica. El pianista incendió el barco pirata, argumentando que antes que malvender su mercancía, prefería hacer uso de su derecho de propietario. Piratas y músicos corrieron hacia los botes salvavidas, para descubrir que habían sido inutilizados por la mujer y el hombre en las sombras, que se alejaban en el bote intacto. Desafiando la gravedad, el hombre elegante y el pirata proseguían su duelo en el palo mayor y sólo un descuido del bandido malayo lo perdió, al cambiar las frases tarareadas por tonadas populares, con tal mala suerte que la primera que escogió fue el Tico Tico. El hombre elegante dio un séxtuple salto mortal y al caer atravesó al pirata con su corta espada. Las llamas lo devoraban todo y músicos y piratas se ahogaban cada uno con su grupo, por aquello de mantener las distancias. En ese momento el hombre elegante vio el bote salvavidas iluminado por un rayo de luna y en él, besándose y a punto de consumar un acto de asquerosa lujuria, a la mujer completamente desnuda, abrazando al hombre de las sombras, que resultó ser el trompetista regordete. Desesperado, saltó a cubierta y les arrojó el piano de cola tras bajar la tapa para tornarlo más aerodinámico. El instrumento dio de lleno en el bote, pero lejos de evitar la horrible acción de la pareja de traidores, el peso los unió con más fuerza y más ruido; y unidos en esa impura posición los llevó al fondo del mar. El hombre elegante murmuró unas palabras mientras el transatlántico también se hundía, y cuando sólo asomaba en la superficie su cabeza familiar, dijo "mierda" y desapareció.
Sotanovsky sacudió la cabeza, pensando que debía controlarse, ya que era lunes y que, como ser racional, mal podía permitirse esas extravagancias. Se puso de pie con un crujir de rodillas, tomó impulso y saltó el charco.
Sólo le faltó un poco para llegar a la otra orilla.
Se fue hundiendo lentamente mientras murmuraba unas palabras, y cuando sólo asomaba su cabeza, dijo "mierda" y desapareció.
Los círculos del agua en la superficie del charco se fueron cerrando y pronto todo fue otra vez una multitud de minúsculas olitas.
Por la calle pasó un coche desvencijado, con la radio a todo volumen.
Era Ray Connif, interpretando el Tico Tico.
http://www.publico.es/culturas/331398/charco
La ilustración es de CANDELA)
EL CHARCO
Sotanovsky se detuvo al borde del charco calculando si las fuerzas le alcanzarían para un salto limpio. Acaso fuera más prudente rodearlo y no arriesgar la poca dignidad que ese lunes le había dejado intacta. Dedujo que un charco, visto así, es como un mar observado desde el espacio. Y un mar es cosa seria.
Se preguntó por qué los charcos serán siempre turbios, algo que sin duda no contribuye a darles buena fama, y recordó que el candidato que había votado en las últimas elecciones llevaba en su programa una propuesta para hacer que nuestros charcos, verdadero patrimonio de la nación y símbolo inalterable de nuestro carácter emprendedor, dejaran de ser lagrimones de agua sucia, para tornarse en cristalinos ojos que reflejen progreso y muestren a cada ciudadano el paso decidido hacia el mañana. Pero la promesa seguía sin cumplirse.
Levantó un pie y en ese momento dudó sinceramente de que tal enunciado fuera correcto, porque bien podría pensarse que era el pie quien lo levantaba a él. (Sotanovsky era un ser racional los lunes, miércoles y viernes, del mismo modo que los martes y jueves era un espíritu difuso, y los sábados se permitía ser una zapatilla vieja pero indudablemente cómoda. Los domingos era sólo un suspiro sin motivos definidos.)
Ese día, que era lunes y frente a ese charco, Sotanovsky era un ser racional. No era cuestión de llegar y saltar, se dijo, porque si fallaba en el salto, su ego quedaría seriamente dañado. Y en ese instante el charco se le antojó una sonrisa perversa de la acera.
Se agachó a contemplar de cerca a su enemigo, y percibió que la superficie barrosa estaba surcada por unas mínimas olitas. Imaginó un transatlántico lujoso y vio en la cubierta a una mujer vestida de fiesta bailando con un hombre elegante, mientras la orquesta, dentro de una glorieta, tocaba una canción romántica y refinada. Reconoció en el gesto del hombre elegante cierto aire familiar pero mejorado. La mujer, aunque aguzó la vista, no era conocida, pero sus formas y el generoso escote eran para Sotanovsky la suma de muchas otras mujeres vistas desde lejos.
No tuvo dudas: era Ella.
Hubo en la cubierta cierta inquietud y la orquesta elevó la fuerza de su melodía antes de los acordes finales. Sota-novsky hubiera jurado que la espalda de la mujer denotaba cierta tensión, pero no ese anticipo de salto al placer que un momento antes dibujaba su cuerpo. También el hombre familiar se movía con envaramiento, como si temiera un golpe y no supiera de dónde vendría. Se hizo el silencio en la orquesta, pero un trompetista regordete arrancó con un estrepitoso ritmo que Sotanovsky reconoció de inmediato como el odioso Tico Tico al más impuro estilo Ray Connif.
El hombre pidió disculpas a la mujer, caminó hasta el trompetista y lo derribó de un golpe. La orquesta aplaudió a rabiar y la mujer le arrojó un beso. El hombre elegante cargó al trompetista sobre sus hombros y caminó hasta la borda. La orquesta atacó con un vals que, por suerte, no era de Strauss, y siguiendo el ritmo, el hombre balanceó el cuerpo del músico, hasta que al completar un compás y no sin gracia, lo dejó caer al agua. Se volvió hacia los demás e hizo una reverencia, y Sotanovsky lo admiró antes de reconocer en ese hombre al que el propio Sotanovsky soñaba ser cuando todavía sabía soñar y no dividía sus anhelos en frecuencias semanales.
La orquesta inició un bolero tan pegajoso que al hombre le costó trabajo volver a la pista de baile, pues sus zapatos se adherían en cada paso al suelo de la cubierta. La mujer se echó en sus brazos y le dio un largo beso, tan apasionado que el precario equilibrio de su vestido se rompió con un gemido y cayó a sus pies mientras los músicos, entre el pudor ante la escena y el temor a ser arrojados por la borda, se volvieron sin dejar de tocar el cálido bolero, lo que demandó un alto grado de habilidad por parte de algunos músicos, en especial el pianista. Las luces se atenuaron y Sotanovsky sintió un cosquilleo de excitación ante la escena que iba a tener lugar de inmediato. Un crujido siniestro cubrió la música y pudo ver que otro barco acababa de abordar al lujoso transatlántico. La mujer gritó al descubrir que se trataba de piratas malayos de la más fiera calaña, y sólo el pianista suspiró aliviado por abandonar su incómoda postura de tocar con las manos a la espalda. El capitán pirata se parecía al trompetista regordete, pensó Sotanovsky, pero enseguida adjudicó esa confusión a la escasa iluminación que no le impedía, sin embargo, distinguir los pezones sonrosados de la mujer. El hombre se batió a duelo con el capitán de los piratas, pero llevaba las de perder, ya que el sable que le entregaron era sensiblemente más corto que el del malayo. Sin embargo, luchó fieramente y con maestría, intercalando entre estocada y estocada inteligentes frases irónicas destinadas a minar la confianza del enemigo. El pirata hacía otro tanto, pero al hablar diferentes lenguas el asunto perdía interés.
La lucha se prolongaba y algunos piratas recordaban otros abordajes, mientras un grupo de músicos, encabezados por el pianista, reclamaba al director de la orquesta las preceptivas horas extraordinarias y un plus de peligrosidad por tocar en pleno ataque pirata.
La mujer, que al comienzo del lance emitía grititos de alarma cuando el malayo acorralaba al hombre, empezó a bostezar cada vez con menos disimulo, y aceptó reunirse con un hombre que la llamaba desde las sombras. Los piratas bebían y jugaban a los dados con algunos de los músicos, aunque un reducido grupo de esquiroles seguía tocando, y los demás yacían borrachos por la cubierta. Uno de ellos (Sotanovsky hubiera jurado que fue el pianista), hizo caer un candelabro en su embriaguez, y el fuego se extendió rápidamente. Los piratas se amontonaron junto a los músicos, pugnando unos y otros por llegar hasta el barco pirata, pero como las partidas de dados habían alcanzado un alto nivel en las apuestas, resultó que el pianista era el nuevo propietario de la nave y se negaba a dejar subir a toda esa gente sin acordar antes el precio del billete.
El hombre y el capitán pirata, entre tanto, seguían su duelo sobre un cable de acero, y como no recordaban frases ingeniosas, se limitaban a tararearlas con entonación sardónica. El pianista incendió el barco pirata, argumentando que antes que malvender su mercancía, prefería hacer uso de su derecho de propietario. Piratas y músicos corrieron hacia los botes salvavidas, para descubrir que habían sido inutilizados por la mujer y el hombre en las sombras, que se alejaban en el bote intacto. Desafiando la gravedad, el hombre elegante y el pirata proseguían su duelo en el palo mayor y sólo un descuido del bandido malayo lo perdió, al cambiar las frases tarareadas por tonadas populares, con tal mala suerte que la primera que escogió fue el Tico Tico. El hombre elegante dio un séxtuple salto mortal y al caer atravesó al pirata con su corta espada. Las llamas lo devoraban todo y músicos y piratas se ahogaban cada uno con su grupo, por aquello de mantener las distancias. En ese momento el hombre elegante vio el bote salvavidas iluminado por un rayo de luna y en él, besándose y a punto de consumar un acto de asquerosa lujuria, a la mujer completamente desnuda, abrazando al hombre de las sombras, que resultó ser el trompetista regordete. Desesperado, saltó a cubierta y les arrojó el piano de cola tras bajar la tapa para tornarlo más aerodinámico. El instrumento dio de lleno en el bote, pero lejos de evitar la horrible acción de la pareja de traidores, el peso los unió con más fuerza y más ruido; y unidos en esa impura posición los llevó al fondo del mar. El hombre elegante murmuró unas palabras mientras el transatlántico también se hundía, y cuando sólo asomaba en la superficie su cabeza familiar, dijo "mierda" y desapareció.
Sotanovsky sacudió la cabeza, pensando que debía controlarse, ya que era lunes y que, como ser racional, mal podía permitirse esas extravagancias. Se puso de pie con un crujir de rodillas, tomó impulso y saltó el charco.
Sólo le faltó un poco para llegar a la otra orilla.
Se fue hundiendo lentamente mientras murmuraba unas palabras, y cuando sólo asomaba su cabeza, dijo "mierda" y desapareció.
Los círculos del agua en la superficie del charco se fueron cerrando y pronto todo fue otra vez una multitud de minúsculas olitas.
Por la calle pasó un coche desvencijado, con la radio a todo volumen.
Era Ray Connif, interpretando el Tico Tico.
http://www.publico.es/culturas/331398/charco
viernes, 30 de julio de 2010
Entrevista para Notimex
"La realidad en América Latina es una novela negra"
El escritor hizo una valoración del lector europeo y el latinoamericano con respecto a su actitud hacia los nuevos autores y a los best sellers.
*
* En la imagen, el escritor hispanoargentino Carlos Salem quien aseguró hoy que `la realidad latinoamericana es una novela negra". Foto Archivo/Vanguardia
Gijón, España.- El escritor hispanoargentino Carlos Salem, finalista del premio Hammett de la Semana Negra de Gijón, que destaca la mejor novela policiaca de 2009 escrita en español, aseguró hoy que `la realidad latinoamericana es una novela negra`.
En entrevista con Notimex, Salem dijo que aunque este género tiene un origen `muy anglosajón` y en España `hay violencia, hay magníficos autores y es un género que cada vez tiene más salud, lo cierto es que en América Latina, casi todo lo que quieras contar va a tener algo de novela negra`.
El escritor hizo una valoración del lector europeo y el latinoamericano con respecto a su actitud hacia los nuevos autores y a los best sellers.
`En España siempre se dice que se lee poco, pero se lee y hay un número muy interesante de lectores ávidos de buscar cosas nuevas`, aseguró.
Pese a la crisis, anotó, hay una economía mucho más saneada que en América Latina, lo que hace mucho más fácil que los fenómenos de masa prendan.
Indicó que en Francia `el mercado es mejor, el lector se deja llevar por la mercadotecnia, pero hay más gente que busca encontrar otras cosas, está dispuesto a recibir y hacer suyo algo nuevo sin necesidad que esté avalado por supuestos miles de ejemplares vendidos`.
En América Latina, expuso, lo más común es que entre amigos se intercambien libros: `La necesidad agudiza el ingenio, siempre ha sido así`.
Señaló que en América Latina se siguen vendiendo los libros que jalan grandes fenómenos de masas, `pero como cuestan más, como hay que trabajar más horas para comprar un libro, hay gente que lo valora y pide algo que le guste, no algo que le diga la publicidad`.
Respecto a los autores latinoamericanos en Europa, Salem expresó: `Vivo en España y a mí me han tratado muy bien`. Aunque `es, posiblemente, el país en el que es más difícil o lento publicar para un escritor latinoamericano` en Europa, abundó.
`Para un escritor latinoamericano es más fácil publicar en francés si ha salido de su país que publicar en España`, resaltó.
Aseguró que muchas editoriales francesas `también se están abriendo, antes buscaban lo que había salido de España, pero ahora están empezando a buscar en Buenos Aires, en Caracas, por ejemplo`.
`Europa se está abriendo, pero como todo el fenómeno de lo que es Europa en sí, se está abriendo de una forma que no es pareja. España va poco a poco. Hay cuatro o cinco nombres latinoamericanos, pero la mayoría viven aquí`, dijo.
`España acoge a los latinoamericanos, en cambio Francia y Alemania están más interesados en recibir lo que tenemos que contar`, subrayó Salem.
Sobre el premio Hammett, que recayó en el argentino Guillermo Orsi, Salem aseguró que `ser simplemente finalista ya es un honor, también un caramelo envenenado porque los competidores son tremendamente buenos, con lo cual genial, porque si pierdes hay motivos y si ganas pues doble`.
http://www.vanguardia.com.mx/realidadenalesunanovelanegracarlossalem-521040.html
El escritor hizo una valoración del lector europeo y el latinoamericano con respecto a su actitud hacia los nuevos autores y a los best sellers.
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* En la imagen, el escritor hispanoargentino Carlos Salem quien aseguró hoy que `la realidad latinoamericana es una novela negra". Foto Archivo/Vanguardia
Gijón, España.- El escritor hispanoargentino Carlos Salem, finalista del premio Hammett de la Semana Negra de Gijón, que destaca la mejor novela policiaca de 2009 escrita en español, aseguró hoy que `la realidad latinoamericana es una novela negra`.
En entrevista con Notimex, Salem dijo que aunque este género tiene un origen `muy anglosajón` y en España `hay violencia, hay magníficos autores y es un género que cada vez tiene más salud, lo cierto es que en América Latina, casi todo lo que quieras contar va a tener algo de novela negra`.
El escritor hizo una valoración del lector europeo y el latinoamericano con respecto a su actitud hacia los nuevos autores y a los best sellers.
`En España siempre se dice que se lee poco, pero se lee y hay un número muy interesante de lectores ávidos de buscar cosas nuevas`, aseguró.
Pese a la crisis, anotó, hay una economía mucho más saneada que en América Latina, lo que hace mucho más fácil que los fenómenos de masa prendan.
Indicó que en Francia `el mercado es mejor, el lector se deja llevar por la mercadotecnia, pero hay más gente que busca encontrar otras cosas, está dispuesto a recibir y hacer suyo algo nuevo sin necesidad que esté avalado por supuestos miles de ejemplares vendidos`.
En América Latina, expuso, lo más común es que entre amigos se intercambien libros: `La necesidad agudiza el ingenio, siempre ha sido así`.
Señaló que en América Latina se siguen vendiendo los libros que jalan grandes fenómenos de masas, `pero como cuestan más, como hay que trabajar más horas para comprar un libro, hay gente que lo valora y pide algo que le guste, no algo que le diga la publicidad`.
Respecto a los autores latinoamericanos en Europa, Salem expresó: `Vivo en España y a mí me han tratado muy bien`. Aunque `es, posiblemente, el país en el que es más difícil o lento publicar para un escritor latinoamericano` en Europa, abundó.
`Para un escritor latinoamericano es más fácil publicar en francés si ha salido de su país que publicar en España`, resaltó.
Aseguró que muchas editoriales francesas `también se están abriendo, antes buscaban lo que había salido de España, pero ahora están empezando a buscar en Buenos Aires, en Caracas, por ejemplo`.
`Europa se está abriendo, pero como todo el fenómeno de lo que es Europa en sí, se está abriendo de una forma que no es pareja. España va poco a poco. Hay cuatro o cinco nombres latinoamericanos, pero la mayoría viven aquí`, dijo.
`España acoge a los latinoamericanos, en cambio Francia y Alemania están más interesados en recibir lo que tenemos que contar`, subrayó Salem.
Sobre el premio Hammett, que recayó en el argentino Guillermo Orsi, Salem aseguró que `ser simplemente finalista ya es un honor, también un caramelo envenenado porque los competidores son tremendamente buenos, con lo cual genial, porque si pierdes hay motivos y si ganas pues doble`.
http://www.vanguardia.com.mx/realidadenalesunanovelanegracarlossalem-521040.html
lunes, 5 de julio de 2010
jueves, 1 de julio de 2010
En "Señas en clave de Re"
(...) Pero sigo siendo el rey es una novela de personajes cuyo cometido en la vida no parece ser otro en realidad que el de purgar sus castigos. El detective marloweiano Arregui, unido por la fatal casualidad al destino de otro hombre, un tal Juan Carlos, se lanza a una carrera sin tiempo ni espacio, o con el tiempo y el espacio dados literalmente la vuelta, en busca de las razones que pertrechan los miedos del pasado para enfrentarlos y quién sabe si lograr al fin derrotarlos. Necesito saber quién era para decidir quién quiero ser…, reza una de las líneas. Eso es precisamente lo que hacen sus personajes: buscar en el pasado —como si éste fuera un lugar al cual poder regresar— aquel niño que se pudo haber sido y ya no se recuerda; buscar en el pasado las raíces que arrostran la identidad que somos; buscar en el pasado para saber dónde está y de esa manera lograr huir definitivamente de él. Y es que sólo se puede cruzar el Rubicón una vez, y cuando lo haces ya no hay vuelta atrás posible. Ese río, para cada persona, tiene un nombre diferente. Pero para todas ellas marca un límite, un baldío peligroso, una frontera más allá de la cual lo que hay es una necesidad que se desconoce. Pero necesaria.
(Texto íntegro del excelente artículo de Rafa Godoy, pinchando abajo)
http://clavedere.blogspot.com/2010/07/cuando-uno-cruza-el-rubicon-pero-sigo.html
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